El 7 de junio de 2010, a 46 días
de comenzada la huelga estudiantil que duró 62, este blog publicaba una entrada
titulada “Defendamos
el Proyecto Universitario”. En
esa entrada abogábamos por la reapertura de la Universidad dado que leíamos el
cierre como la estrategia –aunque disimulada- de la Administración y el
gobierno de Luis G. Fortuño. Nos
preocupaba y preguntábamos –principalmente- si el gobierno tenía un plan para
la Universidad y el cierre de los recintos le facilitaba algún tipo de
reforma. Hoy contamos con el
beneficio de saber que el gobernador nombró un comité asesor para una eminente
reforma universitaria y con ese beneficio nos reafirmamos en lo dicho en
“Defendamos el Proyecto Universitario” y además agregamos lo que sigue. De igual manera queremos aclarar que tanto este blog como su autora reconocen el potencial de las huelgas y paralizaciones como herramienta para la reivindicación de derechos y transformación social, sólo que difiere en el uso de ésta en esta coyuntura.
Hace algunos días que, de cara a
la crisis universitaria, pululan en las redes sociales y revistas digitales
llamados a retomar las aulas y los espacios universitarios. Esos llamados han sido acogidos por un
sinnúmero de docentes, estudiantes y trabajadores pero no es menos cierto que
también se han generado intensos debates y han encontrado resistencia entre
otros grupos de los mismos sectores.
Hoy, por ejemplo, la profesora Érika Fontánez Torres nos hace una
invitación a través de su blog a leer con apertura. La profesora Fontánez Torres recoge los
principales artículos sobre el tema y nos exhorta a no dejar pasar la
oportunidad de insertarnos en el debate y la discusión de aquello que como
universitarios y universitarias nos aqueja. De este modo, y respecto a la
propuesta de una Universidad abierta, no ha faltado quien argumente que retomar
los salones de clases es un llamado al inmovilismo y a la inacción. Que sería, al fin y al cabo, claudicar
en la lucha por la Universidad pública y accesible y que no es más que una postura cómoda de quienes no están
dispuestos a luchar.
Foto Érika Fontánez Torres |
A diferencia de quienes así
piensan me he propuesto –y les propongo- pensar la Universidad como un espacio
que trasciende la manera tradicional en que se adquiere conocimiento. Con lo anterior quiero decir que –al
menos para mí- la Universidad es mucho más que un lugar donde me siento a
recibir información. A diferencia
de lo propuesto en UPR v. Laborde, mi relación con la Universidad no es una
relación contractual. Es por ello
que cuando la interrupción de la labor universitaria deja de ser un medio y se
convierte en un fin no sólo se interrumpe la lección que en ese momento se esté
dando sino que también se interrumpe un proceso incapaz de reproducirse por sí
mismo fuera de un salón de clases.
Respecto a eso Érika Fontánez Torres nos dice “si por algo se
caracteriza la UPR (y por algo está en peligro) es precisamente porque lo que
ocurre en esos salones de clase, en su mayoría, no es poca cosa. Algunos
enfatizan que lo ocurre en esos salones de clase es precisamente un llamado
constante e incondicional al cuestionamiento, al desmontaje y la
des-normalización del entorno y mundo en que vivimos. Entonces, ¿qué hacemos
con eso? ¿Vale la pena intentar potenciarlo?”,
en ese sentido está en nosotros y nosotras potenciarlo subversivamente:
cuestionar el poder, deconstruir instituciones y –como señala Érika-
des-normalizar el entorno y las relaciones de poder que lo construyen y
configuran.
No hay duda que es la
Universidad el lugar por antonomasia del pensamiento. Esto no significa que no pueda haber pensamiento fuera de la
Universidad pero si hay algo que no puede haber es Universidad sin pensamiento. De esta manera, como universitarios y
universitarias, recae sobre nuestros hombros la responsabilidad de mirar
críticamente los procesos que en la Universidad se dan. Nos compete a nosotros y nosotras ser
nuestros mayores críticos y asumir con valentía la reorganización de nuestros
métodos, la redefinición de estrategias y el agenciamiento de espacios de
participación que contribuyan a construir una Universidad más plural,
democrática e inclusiva.
Ahora bien, para construir una
Universidad más plural, democrática e inclusiva es indispensable tener una
Universidad. Aún cuando simpatizo muchísimo
con proyectos como “Universidad Sin Paredes” reconozco que sería imposible
sacar del Recinto las dinámicas universitarias si no tuviéramos una Universidad
como espacio de quehacer académico e intelectual. El aula es necesaria porque
es ese espacio el lugar donde aprendemos a pensar, a leer críticamente, a
comprender la Historia, a entender el Derecho. De esta manera, los espacios universitarios, son mucho más
ricos que el tema asignado para discutir un día equis. Pensar que con la paralización sólo se
interrumpe un proceso que podrá volverse a repetir eventualmente es reproducir
la lógica de la huelga obrero-patronal.
Si nos fijamos bien ese
mismo es el argumento del Tribunal Supremo cuando trata de ilegalizar la huelga
mediante el uso del discurso jurídico.
La Universidad no meramente produce clases que los y las estudiantes
consumimos sino que se caracteriza por la producción constante de pensamiento
crítico, intercambio de ideas, cuestionamiento del mundo, en fin lo que
Fontánez Torres denomina como la des-normalización. En ese sentido, es la des-normalización lo que se interrumpe
y le abre paso a espacios que si bien pueden ser participativos pocas veces son inclusivos y menos
veces amplios y diversos como puede ser un aula del curso “Problemas del Mundo
Contemporáneo” o “Obligaciones y Contratos” o “Teorías y Metodologías
Feministas”. Me atrevería a
afirmar que, más allá de la formación política que pudiera acarrear, fueron
esos cursos algunos de los que viabilizaron las preguntas por la democracia, la
equidad, la inclusión, la política, el poder, las instituciones, entre otros.
En este sentido, retomar las
aulas poco tiene que ver con volver a la normalidad y la comodidad. La cotidianidad hoy está dada por las
paralizaciones periódicas de las clases.
Es normal que unos a otros nos preguntemos qué facultad será paralizada
y si se podrá o no llegar al salón.
Es normal que alguien llame y pregunte si el portón de la Mariana
Bracetti está bloqueado para entonces dar la vuelta por la Barbosa. En esa normalidad, en la de las
paralizaciones, perdemos el fruto de lo que ocurre en el salón, que distan
mucho de lo normal. Por eso, y
visto desde una perspectiva ético-política, debemos preguntarnos cómo las
paralizaciones de clases adelantan la construcción de la Universidad que
queremos, cómo las interrupciones pueden afectar –o no- a los otros que
conviven en el espacio universitario y que no necesariamente participan de los
procesos de toma de decisiones, pero, ante todo, preguntarnos por lo que
estamos dejando de ganar.
Por otro lado, quienes
argumentan que abogar por el regreso a las aulas es una posición cómoda pasan
por alto que si hay algo incómodo
en estos momentos es el regreso al salón.
Recuperar y reconstruir la Universidad que queremos conlleva un proceso
de resquebrajamiento interno para quienes componen la comunidad universitaria,
hacerse cargo de lo común dentro de nuestra cotidianidad y reclamar nuestro
espacio político en el adentro acarrea la resistencia de quienes han hecho el
afuera su campo de lucha y de quienes desde adentro nos quieren sacar del ruedo
político porque facilitaría la construcción de la Universidad que ellos y ellas
quieren. Los posicionamientos
políticos deben entenderse y debatirse como lo que son, posicionamientos
políticos y no desde el moralismo que señala que redefinir las estrategias de
las paralizaciones de clases y huelgas es rendirse, arrodillarse, venderse,
entre muchos otros epítetos.
Es por eso que, de cara a una
Asamblea de Estudiantes, es imperioso que miremos al proceso actual
honestamente. Que reevaluemos nuestras
estrategias, que reconozcamos que la cuota es sólo uno de los problemas que
aquejan a la Universidad y qué, sobre todo, evaluemos cómo determinada
estrategia contribuye a la consecución de mejores arreglos institucionales. Arreglos que le permitan a la
Universidad –y el proyecto social que ésta ha representado- seguir siendo el
primer centro docente del país y que cuente con una amplia participación de
aquellos y aquellas que componemos la Universidad. Que la normalidad no nos
convierta en meros espectadores, combatámosla retomando las aulas para hacer
de ellas nuestra mayor trinchera.