20.2.11

La paralización: ¿Única forma de resistir?


El 7 de junio de 2010, a 46 días de comenzada la huelga estudiantil que duró 62, este blog publicaba una entrada titulada “Defendamos el Proyecto Universitario”.  En esa entrada abogábamos por la reapertura de la Universidad dado que leíamos el cierre como la estrategia –aunque disimulada- de la Administración y el gobierno de Luis G. Fortuño.  Nos preocupaba y preguntábamos –principalmente- si el gobierno tenía un plan para la Universidad y el cierre de los recintos le facilitaba algún tipo de reforma.  Hoy contamos con el beneficio de saber que el gobernador nombró un comité asesor para una eminente reforma universitaria y con ese beneficio nos reafirmamos en lo dicho en “Defendamos el Proyecto Universitario” y además agregamos lo que sigue.  De igual manera queremos aclarar que tanto este blog como su autora reconocen el potencial de las huelgas y paralizaciones como herramienta para la reivindicación de derechos y transformación social, sólo que difiere en el uso de ésta en esta coyuntura.  

Hace algunos días que, de cara a la crisis universitaria, pululan en las redes sociales y revistas digitales llamados a retomar las aulas y los espacios universitarios.  Esos llamados han sido acogidos por un sinnúmero de docentes, estudiantes y trabajadores pero no es menos cierto que también se han generado intensos debates y han encontrado resistencia entre otros grupos de los mismos sectores.  Hoy, por ejemplo, la profesora Érika Fontánez Torres nos hace una invitación a través de su blog a leer con apertura.  La profesora Fontánez Torres recoge los principales artículos sobre el tema y nos exhorta a no dejar pasar la oportunidad de insertarnos en el debate y la discusión de aquello que como universitarios y universitarias nos aqueja. De este modo, y respecto a la propuesta de una Universidad abierta, no ha faltado quien argumente que retomar los salones de clases es un llamado al inmovilismo y a la inacción.  Que sería, al fin y al cabo, claudicar en la lucha por la Universidad pública y accesible  y que no es más que una postura cómoda de quienes no están dispuestos a luchar.
Foto Érika Fontánez Torres

A diferencia de quienes así piensan me he propuesto –y les propongo- pensar la Universidad como un espacio que trasciende la manera tradicional en que se adquiere conocimiento.  Con lo anterior quiero decir que –al menos para mí- la Universidad es mucho más que un lugar donde me siento a recibir información.  A diferencia de lo propuesto en UPR v. Laborde, mi relación con la Universidad no es una relación contractual.  Es por ello que cuando la interrupción de la labor universitaria deja de ser un medio y se convierte en un fin no sólo se interrumpe la lección que en ese momento se esté dando sino que también se interrumpe un proceso incapaz de reproducirse por sí mismo fuera de un salón de clases.  Respecto a eso Érika Fontánez Torres nos dice “si por algo se caracteriza la UPR (y por algo está en peligro) es precisamente porque lo que ocurre en esos salones de clase, en su mayoría, no es poca cosa. Algunos enfatizan que lo ocurre en esos salones de clase es precisamente un llamado constante e incondicional al cuestionamiento, al  desmontaje y la des-normalización del entorno y mundo en que vivimos. Entonces, ¿qué hacemos con eso? ¿Vale la pena intentar potenciarlo?”, en ese sentido está en nosotros y nosotras potenciarlo subversivamente: cuestionar el poder, deconstruir instituciones y –como señala Érika- des-normalizar el entorno y las relaciones de poder que lo construyen y configuran.

No hay duda que es la Universidad el lugar por antonomasia del pensamiento.  Esto no significa que no pueda haber pensamiento fuera de la Universidad pero si hay algo que no puede haber es Universidad sin pensamiento.  De esta manera, como universitarios y universitarias, recae sobre nuestros hombros la responsabilidad de mirar críticamente los procesos que en la Universidad se dan.  Nos compete a nosotros y nosotras ser nuestros mayores críticos y asumir con valentía la reorganización de nuestros métodos, la redefinición de estrategias y el agenciamiento de espacios de participación que contribuyan a construir una Universidad más plural, democrática e inclusiva.

Ahora bien, para construir una Universidad más plural, democrática e inclusiva es indispensable tener una Universidad.  Aún cuando simpatizo muchísimo con proyectos como “Universidad Sin Paredes” reconozco que sería imposible sacar del Recinto las dinámicas universitarias si no tuviéramos una Universidad como espacio de quehacer académico e intelectual. El aula es necesaria porque es ese espacio el lugar donde aprendemos a pensar, a leer críticamente, a comprender la Historia, a entender el Derecho.  De esta manera, los espacios universitarios, son mucho más ricos que el tema asignado para discutir un día equis.  Pensar que con la paralización sólo se interrumpe un proceso que podrá volverse a repetir eventualmente es reproducir la lógica de la huelga obrero-patronal.   Si nos fijamos bien ese mismo es el argumento del Tribunal Supremo cuando trata de ilegalizar la huelga mediante el uso del discurso jurídico.  La Universidad no meramente produce clases que los y las estudiantes consumimos sino que se caracteriza por la producción constante de pensamiento crítico, intercambio de ideas, cuestionamiento del mundo, en fin lo que Fontánez Torres denomina como la des-normalización.  En ese sentido, es la des-normalización lo que se interrumpe y le abre paso a espacios que si bien pueden ser participativos  pocas veces son inclusivos y menos veces amplios y diversos como puede ser un aula del curso “Problemas del Mundo Contemporáneo” o “Obligaciones y Contratos” o “Teorías y Metodologías Feministas”.  Me atrevería a afirmar que, más allá de la formación política que pudiera acarrear, fueron esos cursos algunos de los que viabilizaron las preguntas por la democracia, la equidad, la inclusión, la política, el poder, las instituciones, entre otros.

En este sentido, retomar las aulas poco tiene que ver con volver a la normalidad y la comodidad.  La cotidianidad hoy está dada por las paralizaciones periódicas de las clases.  Es normal que unos a otros nos preguntemos qué facultad será paralizada y si se podrá o no llegar al salón.  Es normal que alguien llame y pregunte si el portón de la Mariana Bracetti está bloqueado para entonces dar la vuelta por la Barbosa.  En esa normalidad, en la de las paralizaciones, perdemos el fruto de lo que ocurre en el salón, que distan mucho de lo normal.  Por eso, y visto desde una perspectiva ético-política, debemos preguntarnos cómo las paralizaciones de clases adelantan la construcción de la Universidad que queremos, cómo las interrupciones pueden afectar –o no- a los otros que conviven en el espacio universitario y que no necesariamente participan de los procesos de toma de decisiones, pero, ante todo, preguntarnos por lo que estamos dejando de ganar. 

Por otro lado, quienes argumentan que abogar por el regreso a las aulas es una posición cómoda pasan por alto que  si hay algo incómodo en estos momentos es el regreso al salón.  Recuperar y reconstruir la Universidad que queremos conlleva un proceso de resquebrajamiento interno para quienes componen la comunidad universitaria, hacerse cargo de lo común dentro de nuestra cotidianidad y reclamar nuestro espacio político en el adentro acarrea la resistencia de quienes han hecho el afuera su campo de lucha y de quienes desde adentro nos quieren sacar del ruedo político porque facilitaría la construcción de la Universidad que ellos y ellas quieren.  Los posicionamientos políticos deben entenderse y debatirse como lo que son, posicionamientos políticos y no desde el moralismo que señala que redefinir las estrategias de las paralizaciones de clases y huelgas es rendirse, arrodillarse, venderse, entre muchos otros epítetos.

Es por eso que, de cara a una Asamblea de Estudiantes, es imperioso que miremos al proceso actual honestamente.  Que reevaluemos nuestras estrategias, que reconozcamos que la cuota es sólo uno de los problemas que aquejan a la Universidad y qué, sobre todo, evaluemos cómo determinada estrategia contribuye a la consecución de mejores arreglos institucionales.  Arreglos que le permitan a la Universidad –y el proyecto social que ésta ha representado- seguir siendo el primer centro docente del país y que cuente con una amplia participación de aquellos y aquellas que componemos la Universidad. Que la normalidad no nos convierta en meros espectadores, combatámosla retomando  las aulas para hacer de ellas nuestra mayor trinchera.


1 comentario:

  1. La mejor clase de derechos civiles se está viviendo ahora mismocon lo que está pasando en la UPR. Esa será una lección que durará para futuras generaciones.

    Adelante y éxito.

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