Recientemente se
publicó en 80 grados un ensayo del profesor Rubén Ríos Ávila, director del
Departamento de Literatura Comparada.
El escrito se titula “Por
una Universidad Abierta y Combativa” y pretende condesar tres ensayos que
se han producido en torno a la actual crisis universitaria: “Entrampada” de Juan
Otero Garabís, “Para
la Catástrofe” de Juan Carlos Quintero Herencia y “Fungir como
docentes” de Carlos Pabón. Si bien parece ser un intercambio entre
docentes me permitiré hacer unos comentarios sobre la columna de Ríos Ávila por
dos razones principales: primero, no hay duda que el proceso huelgario es el común denominador
en esta cadena de columnas. Segundo, tampoco hay duda sobre la consistencia de
Ríos Ávila en sus pronunciamientos a favor de los reclamos estudiantiles aún
cuando, por ser el Director del Departamento de Literatura Comparada, es parte
de la administración y la gerencia universitaria.
Empezaré por una
afirmación que hace Ríos Ávila luego de discutir escueta y selectivamente, los
ensayos mencionados arriba. El profesor dice:
“Los tres [Otero Garabís, Quintero Herecia y Pabón] comparten, no
sólo esta mirada dura y severa contra la huelga y el cierre de la Universidad
como proveniente de una resistencia ‘sin proyecto político y social’,
‘ineficaz’, sino también coinciden en que la fuente de este embeleso
paternalista de los profesores y esa insistencia terca de los estudiantes no es
otra cosa que el resultado de la plaga del ‘anti-intelectualismo’ rampante en
la Universidad”.
La afirmación es
inquietante porque sugiere una conclusión que –al menos de la lectura que hago
como estudiante- no se desprende de los escritos que Ríos Ávila menciona.
Es más, los tres escritos son una invitación a los y las docentes a asumir
posturas de cara a la crisis universitaria más que una crítica severa al
proceso huelgario. Por supuesto, ningún planteamiento se hace en el
vacío, sino, más bien, se da en un complejo entramado de relaciones sociales y
políticas tejidas en torno a la Universidad, siendo la huelga una parte de ese
entramado. Hacer un diagnóstico de los males que aquejan a la Universidad
pasando por alto uno de sus mayores síntomas haría del análisis uno
trunco. Es imposible pensar la Universidad –por lo menos en este momento-
sin mencionar el conflicto huelgario. Me parece importante insistir en la
ansiedad que genera la conclusión sugerida porque ante las reacciones que,
particularmente, ha generado “Fungir como docentes”, las expresiones de Ríos Ávila
contribuyen a una polarización que lejos de ayudar a la Universidad erosiona
las relaciones entre los múltiples y heterogéneos miembros y miembras de las
comunidades universitarias.
Ríos Ávila
comienza su ensayo insinuando que tanto Otero Garabís como Quintero Herencia y
Pabón asumen un tono admonitorio y que, en última instancia, buscan “poner al
país y a los lectores en su sitio”. Aduce cierta similitud entre los ensayos
breves que nos ocupan e Insularismo de Pedreira y El puertorriqueño
dócil de René Marqués. Posteriormente hace referencia a dos textos
“recientes” como ejemplos de obras admonitorias: Literatura y Paternalismo
en Puerto Rico de Juan Gelpí y La Nación Postmortem [sic] de Carlos
Pabón. Vale decir que el libro de Gelpí se publicó por primera vez en
1993, se reimprimió en 1995 y en el 2005 se publicó una segunda edición
ampliada. En el caso de Nación Postmortem, si bien se publica en
2002, recoge una serie de ensayos –aunque versiones diferentes- que, según
aclara el mismo Pabón en la introducción del libro, fueron publicados
anteriormente, principalmente entre 1995 y 1998. También es imprescindible
aclarar que estamos hablando de un debate que podríamos enmarcar entre los años
1995-2005 y que, sin duda, abrió muchas heridas, heridas que todavía en 2011 no
acaban de curar. Ahora bien, Ríos Ávila nos refiere a la
ensayística antinacionalista de los 90 pero no menciona dos escritos recientes
de Pabón que están íntimamente relacionados con Fungir como docentes, éstos son: “La
estrategia del cierre” y “Abrir
la Universidad ahora” y que se publicaron durante la huelga de 2010. Esto es importante porque el llamado de
Pabón a fungir como docentes no se da en reacción a las estrategias
estudiantiles como se quiere hacer ver sino que son una respuesta a lo que
podría ser la apuesta de la Administración a una Universidad cerrada.
Nos dice el
profesor que era cuestión de tiempo que se señalarán oposiciones claras,
carencias fundamentales e insuficiencias insostenibles y que el tono
admonitorio hiciera su entrada en escena. Esto es más que preocupante,
principalmente porque homogeniza los planteamientos hechos por
Otero-Quintero-Pabón y reduce la complejidad de los asuntos tratados en sus
escritos. Pareciera ser que Ríos Ávila, como preludio al esbozo de sus
argumentos, construye la imagen del trinomio –aunque principalmente la de
Pabón- como “los posmodernos responsables del resquebrajamiento del
nacionalismo y los proyectos de izquierda”. Dicha construcción no sólo le
instruye a los “nacionalistas” y la “izquierda” sobre los “responsables” del
resquebrajamiento sino también que le permite a él mismo evadir los principales
argumentos del trinomio Otero-Quintero-Pabón, que dicho sea de paso, distan
mucho de ser “una mirada dura y severa contra la huelga” aunque no de ser una
mirada dura y severa sobre la función docente, los roles de los profesores y
profesoras, su articulación como sector, entre otras.
El profesor Ríos
Ávila, antes de pasar a analizar partes selectas de los escritos mencionados,
prepara al lector y a la lectora y les dice –con un tono un tanto moralizante-
que después de tantos meses de: 1)desasosiego, 2)violencia policiaca,
3)represión administrativa, 4)persecución del Estado, 5)intransigencia de un
sector del liderato estudiantil; Otero-Quintero-Pabón se lanzan al ruedo para:
1)defender, 2)reclamar, 3)exigir el derecho a una Universidad abierta, cosa que
hará él mismo casi al final del ensayo y que, consistentemente ha hecho desde,
digamos, diciembre del año pasado.
A diferencia de
Otero-Quintero-Pabón, Ríos Ávila, en una breve nota publicada en la red social
Facebook y que lleva el mismo nombre que la columna que nos ocupa hoy, dice
“Soy de los que piensa que en este momento la lucha estudiantil se crecería
enormemente si revalidara un voto de huelga más contundente que nunca y le
añadiera el compromiso expreso y valiente de mantener la Universidad
abierta…”. Esta última exhortación contiene una contradicción en los
términos, si se está en huelga no se puede estar abierto, no importa cuán
creativos se quiera ser, una huelga de Universidad abierta será cualquier otra
cosa pero una huelga, convengamos, no es. En eso, los y las estudiantes
estamos claros, tanto los y las estudiantes huelguistas como aquellos y
aquellas que en este momento no asumimos esa identidad.
El punto que quiero traer con lo
anterior es que si en este momento –o hace dos semanas atrás- hay o había un
planteamiento incómodo y antipático que hacer ése era la exhortación al recesar
la huelga y las paralizaciones de las actividades académicas. Pedir el receso
de la huelga y abogar por una Universidad abierta en este momento es posicionarse
políticamente y posicionarse políticamente implica asumir y responsabilizarse
por nuestras posturas o imposturas. La retórica acomodaticia así como los
eufemismos y subterfugios desmerecen la capacidad estudiantil para el análisis
crítico y la comprensión –a lo Hannah Arendt- de lo que el otro trae a nuestra
consideración.
III.
Otero Garabís
Ríos Ávila
señala que “Juan Otero comienza por preguntarse la razón de ser de la protesta
estudiantil…”; discrepo con el profesor Ríos, el escrito de Juan Otero es un
breve ensayo dividido en cuatro partes. En la primera parte Otero
problematiza la presencia policial en el Recinto riopedrense. Entre las cosas
que señala están el motín desencadenado por la Policía de Puerto Rico durante
una pintata en la Calle Conciencia, el 9 de febrero de 2011 y la declaración de
inconstitucionalidad por parte de la jueza Rebecca de León de la prohibición administrativa de
actividades concertadas. Otero argumenta que la presencia de la Policía
sólo busca, por parte del gobierno, perpetuar la violencia y el hostigamiento;
por parte de la administración mantener el señalamiento de falta de gobernanza
hecho por la Middle States.
Ahora bien,
sobre la presencia policial, Otero, en la segunda parte de su ensayo, se
pregunta “¿cuál sería el ambiente si la policía saliera mañana del Recinto?
¿Significaría acaso que comenzaría un diálogo o negociación entre los
representantes estudiantiles y la presidencia de la UPR? ¿Levantarían los
estudiantes la huelga? ¿Cerrarían el Recinto tomando portones y formando
barricadas?”. Hace unas semanas atrás ésas no eran más que preguntas
hipotéticas que apelaban a la reflexión sobre un acontecimiento específico y
particular: la presencia policial. La preocupación principal de Otero en
esta segunda parte del escrito coincide –aunque quizá por razones diferentes-
con lo planteado por los estudiantes en huelga: la presencia policial no puede
convertirse en el único asunto porque, sin duda, la crisis universitaria tiene
otras causas.
En la tercera
parte de su ensayo –luego de problematizar la presencia policial y su posible
retirada- aparece el referente que Ríos Ávila señala. El señalamiento está
relacionado al llamado a la acción
popular que hiciera el líder estudiantil Ian Camilo Cintrón Moya. Otero
compara la exhortación de Ian Camilo al discurso de Albizu y Betances, pero lo
principal del planteamiento de Otero es llamarnos a la reflexión sobre el
porqué la ciudadanía no se siente interpelada por el llamado que hace Cintrón
Moya. Más allá de involucrarnos o envolvernos con discursos moralizantes sobre
el levantamiento popular, Otero nos propone que nos preguntemos las causas por
las cuales el "pueblo" no se levanta. Aún más, nos obliga escudriñar
en nuestro propio discurso, pensar por qué el otro no se siente interpelado.
Habla de la necesidad de renovarse en el pensamiento y los discursos y
repensarnos como oposición, si es que realmente queremos captar la atención del
otro. Retrata los discursos anquilosados y mohosos, los llamamientos que no
convocan, el sectarismo de algunos sectores sindicales, entre otros y quizá
sugiere al estudiantado que se deshaga de esos discursos, que pase del
vanguardismo a la participación y que radicalice los espacios de
participación democrática para así hacerse cargo de lo común. A diferencia de
lo que sugiere Ríos Ávila las preguntas por un proyecto político e intelectual
no son una acusación severa sobre la falta de proyecto político o la mera adhesión a las izquierdas
sindicales. Al contrario, el
artículo parece señalar la peligrosidad de caer en esos discursos y estilos.
IV.
Quintero Herencia
Ríos Ávila
señala que Quintero-Herencia relaciona la “falta de proyecto estudiantil” con
la falta de proyecto de los intelectuales, de una Universidad que sería la
responsable del quebrantamiento de los proyectos políticos de resistencia y la
responsable de sus fracasos. Sin embargo, debo decir, que el profesor Ríos
Ávila hace una lectura bastante selectiva del texto de Quintero. No voy a
resumir la columna de Quintero aquí pero sí diré que la pregunta de Quintero es
la pregunta por un proyecto intelectual y político que nos permita conseguir
otro tipo de arreglos institucionales, vivir de otro modo. En este
sentido me parece más audaz que Otero porque abiertamente señala que la condena
del otro es la certificación de la derrota del discurso de izquierda y
problematiza cómo los discursos moralizantes lejos de convocar han, más bien,
servido a quienes están en el poder.
Quintero propone
reflexionar sobre el porqué de que el “pueblo” no responda al llamado del
movimiento estudiantil pero además nos obliga a pensar si como país nos estamos
moviendo a lo que Bernart Tort llamaría un futuro postdemocrático de derecha.
Quintero señala
que hay que reconocer que además de sus enemigos externos, el proyecto
universitario tiene enemigos internos. Es una crítica dura e intensa pero
que el claustro tiene el deber de asumir así como el movimiento estudiantil ha
tratado de asumirla cuando ha sido necesario. Dice, básicamente, que los
y las que contribuyeron a la mediocrización de la Universidad, tanto desde las
oficinas administrativas como desde la cátedra, como también aquéllos que
trabajaron por ella pero que adoptaron un discurso de alabanza aún ante la
crisis, poco podrán hacer mientras sigan haciendo de la mediocridad su
trinchera y del autoelogio su barricada. Lo interesante de su propuesta es que,
lejos de ser condescendiente, nos obliga a repensarnos como universitarios y
universitarias, cualquiera sea el sector en el que nos hallemos inmersos e
inmersas. Así, la reflexión no puede ser en defensa de la Universidad de
hoy sino que la defensa se debe basar en la Universidad que queremos. Hacerle
frente a la crisis es enfrentarnos con nuestros fantasmas y responsabilizarnos
de la porción que nos toca a cada cual en la catástrofe.
Hay que reconocer
que el escrito de Quintero incomoda porque provoca un proceso de introspección,
con lo doloroso que el proceso puede ser. Lo anterior hace que muchos se
desconozcan y asombren –fantasma
freudiano- al tener que responder las preguntas de Quintero: "¿Cuántas
plazas se le otorgaron a amigos, o a casi profesores por razones que nada tiene
que ver con el rigor, la productividad o la seriedad? ¿Cuántos dejaron de leer,
de conversar con sus estudiantes?...”
Quintero señala que la cultura
anti-intelectual es una poderosa dado que “hegemoniza los modos de conversación
en Puerto Rico”, en este sentido, y haciendo referencia a las prácticas
anti-intelecutales que señala en su ensayo, esa cultura no es exclusiva de un
solo “bando”. Al contrario, la resistencia a pensar complejamente se
encuentra, señala Quintero, a cada lado y entre éstos parece abrirse un abismo
insalvable. Hay que dejar claro que si bien pueden haber prácticas políticas
anti-intelectuales éstas no son monopolio de las izquierdas. Me
inclinaría a pensar que cualquier simplificación o sobre-simplificación de la
complejidad propia del acontecimiento al cual asistimos forma parte de la
cultura anti-intelectual. También en este punto habría que clarificar que no
toda militancia es en sí misma anti-intelectual, pero eso sería entrar en otro
debate, por ejemplo con lo que señala Arturo Torrecilla en una entrevista
hecha por Mario Roche para 80 Grados.
V.
Pabón Ortega
Finalmente, le
llega el turno a Fungir como docentes de Carlos Pabón. De los
planteamientos hechos por Pabón, Ríos Ávila destaca lo que identifica como una “queja”
y señala que uno de los problemas del sector docente es haber estado supeditado
a los estudiantes y al conflicto huelgario. Además, destaca la denuncia
que Pabón hace sobre el paternalismo que subyace al apoyo incondicional a los
estudiantes y a sus procesos por un sector del profesorado. Sin embargo,
nada dice sobre el llamado a Pabón a la articulación como sector autónomo para
atender lo que les atañe como docentes. Tampoco problematiza, con todo lo
antipático que pueda ser para un sector estudiantil, los argumentos esbozados
por Pabón. Sobre lo planteado por Pabón puede consultarse una entrada de
la profesora Érika Fontánez Torres Invitación
a leer con apertura y la columna del profesor Alex Betancourt Serrano ¿Por
qué ofende la crítica?
Me sorprende que
el profesor Ríos trate los planteamientos de Pabón como una “queja”. Disiento de él porque me parece
imprescindible, si es que queremos establecer un diálogo sin tonos
admonitorios, tomar en serio lo que el otro trae a nuestra consideración. Ésa es la antesala necesaria para
entablar un debate sobre la médula o sobre lo sustantivo de lo planteado por el
otro. Además, me parece necesario
aclarar que el planteamiento que Pabón hace sobre la huelga estudiantil no es
una crítica al proceso iniciado por los estudiantes, sino un señalamiento
incisivo al sector docente que apoya los mecanismos adoptados por el sector
estudiantil. Esa distinción me
parece importante porque no sólo saca a los estudiantes del tono admonitorio
que señala Ríos sino porque obliga a quién quiera debatir con Pabón asumir lo
por él planteado y no valerse de hipótesis ad hoc como “la severa crítica a la
huelga” para sostener sus argumentos.
VI.
Las preguntas de Ríos Ávila
Finalmente,
Rubén Ríos Ávila se pregunta: “¿vivimos acaso en el mismo Puerto Rico que sirve
de telón de fondo para el diagnóstico de aquella ensayística anti-nacionalista
de fin de siglo pasado que estos tres micro ensayos emulan con tanto peritaje e
indignación?”, aunque contesta en la negativa pareciera ser que la respuesta es
en la afirmativa, sobre todo, por el empeño de Ríos Ávila de, sin querer
queriendo, circunscribir la complejidad de lo acaecido en la Universidad a los
debates sobre la posmodernidad que creíamos superados pero, sobre todo, a
relacionar las propuestas de Otero-Quintero-Pabón a la pregunta recurrernte –y
conformista- ¿qué proponen? como si el acto de pensar para validarse deba ir
acompañado por una acción visible que me legitime como sujeto pensante ante el
otro que erige sobre mí su dedo moralizador.
El intelectual,
como bien señala Ríos Ávila, se diferencia del docente, no siempre es un
docente ni siempre el docente es un intelectual. Ahora bien, el intelectual participa de una cultura del
discurso crítico. Parafraseando a
Pierre Bourdieu, se hace cargo del capital cultural y lo produce. Dentro de ese
campo cultural se dan complejas relaciones entre aquellos y aquellas que tratan
de dominarlo. Es por ello que a Bourdieu
le llama tanto la atención la “paradoja
de la Doxa: el hecho de que la realidad del orden del mundo, con sus
sentidos únicos y sus direcciones
prohibidas, en el sentido literal o metafórico, sus obligaciones y sus
sanciones, sean grosso modo respetado…” ¿No es el intelectual el encargo de
cuestionar esos sentidos únicos? ¿No es acaso el intelectual el que se pregunte
por el orden del mundo?
Sobre la
radiografía que Ríos Ávila hace sobre los estudiantes coincido que somos lo que él dice que no somos pero
eso no quiere decir que no estemos atravesados por los discursos que señala
hemos abandonado. De igual manera, parece ser que la construcción que se hace
de “el estudiante” es una sumamente homogeneizante y acomodaticia a lo que se
quisiera que fuéramos. No reconoce que le movimiento huelgario es sólo un
parte de “los estudiantes”, tampoco parece reconocer que el movimiento
huelgario es heterogéneo. Quizá hay una cierta nostalgia que redunda en
homogenización en eso de que nuestras caras son las mismas que los
musulmanes oprimidos por décadas de dictadura y que somos parte del mismo ciclo
de resistencia. Me parece que en
nombre del rigor debemos salvar las condiciones políticas, sociales y
económicas que nos separan de Egipto, Libia y Tunisia.
Con lo anterior
quiero decir que no es que Fortuño no esté a la altura de Mubarak, lo que sí
puedo afirmar con seguridad es que entre Fortuño y Videla, por ejemplo, hay una
diferencia de 30,000 desaparecidos y siete años de dictadura, tortura, vejaciones
y asesinatos. Dejando claro que no estoy llamando a minimizar los momentos
autoritarios y hasta totalitarios que nos arropan a menudo pero sí estoy
llamando a cualificar; si no cualificamos lo que tenemos ante nos será muy
difícil lograr algún avance políticamente hablando y en consecuencia otros
arreglos institucionales. La
honestidad tiene que ser un requisito, sin honestidad no hay posibilidad de que
el otro se sienta interpelado y me atrevo a decir, que aún cuando se presentan
como focos de resistencia, Egipto y la UPR no pueden echarse en un mismo saco.
Por último, Ríos
Ávila reconoce que “en momentos cuando lo que está en juego es la pura
institucionalidad de una institución urge que nos acomodemos diestramente en el
dispositivo instrumental que nos corresponde”. Acto seguido reseña los
canales institucionales que están disponibles en la Universidad haciendo suyo
el planteamiento de Pabón en Fungir como docentes. Es esto una demostración
de que nadie está exento de que le arrope la contradicción. Que
personalmente atesoro mis contradicciones. Ahora sí, lo que no valoro es
la crítica del otro como escudo ante las imposturas políticas. Si hay
algo que respeto de Otero-Quintero-Pabón –especialmente de Pabón, quien ha sido
mi profesor- es la honestidad en el debate, la valentía de asumir posturas
incómodas y antipáticas pero, sobre todo, el respeto por los procesos
estudiantiles y las decisiones tomadas en las asambleas. Decisiones que
podrán ser problematizadas, criticadas, sometidas al implacable escrutinio de
sus verbos e intelectos, pero nunca violentadas.
Es por ello que
la columna de Ríos Ávila, sumada al video que retrata al profesor de
Humanidades James Conlan, me deja con muchos interrogantes. Aún cuando está muy
bien escrito, cuando cuenta con su genealogía del canon, le subyace un crítica
demasiado higiénica, temerosa de pisar algún cayo en el movimiento estudiantil,
tímida en la complejidad de los argumentos y en última instancia inspiradora
del mejor de los “gatopardismos”: cambiarlo todo para que nadie cambie.
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