1.3.11

(Im)posturas políticas: hacerse cargo de la catástrofe.


Recientemente se publicó en 80 grados un ensayo del profesor Rubén Ríos Ávila, director del Departamento de Literatura Comparada.  El escrito se  titula “Por una Universidad Abierta y Combativa” y pretende condesar tres ensayos que se han producido en torno a la actual crisis universitaria:  “Entrampada” de Juan Otero Garabís, “Para la Catástrofe” de Juan Carlos Quintero Herencia y “Fungir como docentes” de Carlos Pabón.  Si bien parece ser un intercambio entre docentes me permitiré hacer unos comentarios sobre la columna de Ríos Ávila por dos razones principales: primero,  no hay duda que el proceso huelgario es el común denominador en esta cadena de columnas. Segundo, tampoco hay duda sobre la consistencia de Ríos Ávila en sus pronunciamientos a favor de los reclamos estudiantiles aún cuando, por ser el Director del Departamento de Literatura Comparada, es parte de la administración y la gerencia universitaria.

Empezaré por una afirmación que hace Ríos Ávila luego de discutir escueta y selectivamente, los ensayos mencionados arriba.  El profesor dice:

“Los tres [Otero Garabís, Quintero Herecia y Pabón] comparten, no sólo esta mirada dura y severa contra la huelga y el cierre de la Universidad como proveniente de una resistencia ‘sin proyecto político y social’, ‘ineficaz’, sino también coinciden en que la fuente de este embeleso paternalista de los profesores y esa insistencia terca de los estudiantes no es otra cosa que el resultado de la plaga del ‘anti-intelectualismo’ rampante en la Universidad”. 

La afirmación es inquietante porque sugiere una conclusión que –al menos de la lectura que hago como estudiante- no se desprende de los escritos que Ríos Ávila menciona.  Es más, los tres escritos son una invitación a los y las docentes a asumir posturas de cara a la crisis universitaria más que una crítica severa al proceso huelgario.  Por supuesto, ningún planteamiento se hace en el vacío, sino, más bien, se da en un complejo entramado de relaciones sociales y políticas tejidas en torno a la Universidad, siendo la huelga una parte de ese entramado.  Hacer un diagnóstico de los males que aquejan a la Universidad pasando por alto uno de sus mayores síntomas haría del análisis uno trunco.  Es imposible pensar la Universidad –por lo menos en este momento- sin mencionar el conflicto huelgario.  Me parece importante insistir en la ansiedad que genera la conclusión sugerida porque ante las reacciones que, particularmente, ha generado “Fungir como docentes”, las expresiones de Ríos Ávila contribuyen a una polarización que lejos de ayudar a la Universidad erosiona las relaciones entre los múltiples y heterogéneos miembros y miembras de las comunidades universitarias.

Ríos Ávila comienza su ensayo insinuando que tanto Otero Garabís como Quintero Herencia y Pabón asumen un tono admonitorio y que, en última instancia, buscan “poner al país y a los lectores en su sitio”. Aduce cierta similitud entre los ensayos breves que nos ocupan e Insularismo de Pedreira y El puertorriqueño dócil de René Marqués.  Posteriormente hace referencia a dos textos “recientes” como ejemplos de obras admonitorias: Literatura y Paternalismo en Puerto Rico de Juan Gelpí y La Nación Postmortem [sic] de Carlos Pabón.  Vale decir que el libro de Gelpí se publicó por primera vez en 1993, se reimprimió en 1995 y en el 2005 se publicó una segunda edición ampliada.  En el caso de Nación Postmortem, si bien se publica en 2002, recoge una serie de ensayos –aunque versiones diferentes- que, según aclara el mismo Pabón en la introducción del libro, fueron publicados anteriormente, principalmente entre 1995 y 1998.  También es imprescindible aclarar que estamos hablando de un debate que podríamos enmarcar entre los años 1995-2005 y que, sin duda, abrió muchas heridas, heridas que todavía en 2011 no acaban de curar.   Ahora bien, Ríos Ávila nos refiere a la ensayística antinacionalista de los 90 pero no menciona dos escritos recientes de Pabón que están íntimamente relacionados con Fungir como docentes, éstos son: “La estrategia del cierre” y “Abrir la Universidad ahora” y que se publicaron durante la huelga de 2010.  Esto es importante porque el llamado de Pabón a fungir como docentes no se da en reacción a las estrategias estudiantiles como se quiere hacer ver sino que son una respuesta a lo que podría ser la apuesta de la Administración a una Universidad cerrada. 

Nos dice el profesor que era cuestión de tiempo que se señalarán oposiciones claras, carencias fundamentales e insuficiencias insostenibles y que el tono admonitorio hiciera su entrada en escena.  Esto es más que preocupante, principalmente porque homogeniza los planteamientos hechos por Otero-Quintero-Pabón y reduce la complejidad de los asuntos tratados en sus escritos.  Pareciera ser que Ríos Ávila, como preludio al esbozo de sus argumentos, construye la imagen del trinomio –aunque principalmente la de Pabón- como “los posmodernos responsables del resquebrajamiento del nacionalismo y los proyectos de izquierda”.  Dicha construcción no sólo le instruye a los “nacionalistas” y la “izquierda” sobre los “responsables” del resquebrajamiento sino también que le permite a él mismo evadir los principales argumentos del trinomio Otero-Quintero-Pabón, que dicho sea de paso, distan mucho de ser “una mirada dura y severa contra la huelga” aunque no de ser una mirada dura y severa sobre la función docente, los roles de los profesores y profesoras, su articulación como sector, entre otras.

El profesor Ríos Ávila, antes de pasar a analizar partes selectas de los escritos mencionados, prepara al lector y a la lectora y les dice –con un tono un tanto moralizante- que después de tantos meses de: 1)desasosiego, 2)violencia policiaca, 3)represión administrativa, 4)persecución del Estado, 5)intransigencia de un sector del liderato estudiantil; Otero-Quintero-Pabón se lanzan al ruedo para: 1)defender, 2)reclamar, 3)exigir el derecho a una Universidad abierta, cosa que hará él mismo casi al final del ensayo y que, consistentemente ha hecho desde, digamos, diciembre del año pasado. 

A diferencia de Otero-Quintero-Pabón, Ríos Ávila, en una breve nota publicada en la red social Facebook y que lleva el mismo nombre que la columna que nos ocupa hoy, dice “Soy de los que piensa que en este momento la lucha estudiantil se crecería enormemente si revalidara un voto de huelga más contundente que nunca y le añadiera el compromiso expreso y valiente de mantener la Universidad abierta…”.  Esta última exhortación contiene una contradicción en los términos, si se está en huelga no se puede estar abierto, no importa cuán creativos se quiera ser, una huelga de Universidad abierta será cualquier otra cosa pero una huelga, convengamos, no es.  En eso, los y las estudiantes estamos claros, tanto los y las estudiantes huelguistas como aquellos y aquellas que en este momento no asumimos esa identidad. 

 El punto que quiero traer con lo anterior es que si en este momento –o hace dos semanas atrás- hay o había un planteamiento incómodo y antipático que hacer ése era la exhortación al recesar la huelga y las paralizaciones de las actividades académicas. Pedir el receso de la huelga y abogar por una Universidad abierta en este momento es posicionarse políticamente y posicionarse políticamente implica asumir y responsabilizarse por nuestras posturas o imposturas. La retórica acomodaticia así como los eufemismos y subterfugios desmerecen la capacidad estudiantil para el análisis crítico y la comprensión –a lo Hannah Arendt- de lo que el otro trae a nuestra consideración. 

III.           Otero Garabís

Ríos Ávila señala que “Juan Otero comienza por preguntarse la razón de ser de la protesta estudiantil…”; discrepo con el profesor Ríos, el escrito de Juan Otero es un breve ensayo dividido en cuatro partes.  En la primera parte Otero problematiza la presencia policial en el Recinto riopedrense. Entre las cosas que señala están el motín desencadenado por la Policía de Puerto Rico durante una pintata en la Calle Conciencia, el 9 de febrero de 2011 y la declaración de inconstitucionalidad por parte de la jueza Rebecca de León  de la prohibición administrativa de actividades concertadas. Otero argumenta que la presencia de la Policía sólo busca, por parte del gobierno, perpetuar la violencia y el hostigamiento; por parte de la administración mantener el señalamiento de falta de gobernanza hecho por la Middle States.

Ahora bien, sobre la presencia policial, Otero, en la segunda parte de su ensayo, se pregunta “¿cuál sería el ambiente si la policía saliera mañana del Recinto? ¿Significaría acaso que comenzaría un diálogo o negociación entre los representantes estudiantiles y la presidencia de la UPR? ¿Levantarían los estudiantes la huelga? ¿Cerrarían el Recinto tomando portones y formando barricadas?”. Hace unas semanas atrás ésas no eran más que preguntas hipotéticas que apelaban a la reflexión sobre un acontecimiento específico y particular: la presencia policial.  La preocupación principal de Otero en esta segunda parte del escrito coincide –aunque quizá por razones diferentes- con lo planteado por los estudiantes en huelga: la presencia policial no puede convertirse en el único asunto porque, sin duda, la crisis universitaria tiene otras causas.

En la tercera parte de su ensayo –luego de problematizar la presencia policial y su posible retirada- aparece el referente que Ríos Ávila señala. El señalamiento está relacionado al llamado  a la acción popular que hiciera el líder estudiantil Ian Camilo Cintrón Moya.  Otero compara la exhortación de Ian Camilo al discurso de Albizu y Betances, pero lo principal del planteamiento de Otero es llamarnos a la reflexión sobre el porqué la ciudadanía no se siente interpelada por el llamado que hace Cintrón Moya. Más allá de involucrarnos o envolvernos con discursos moralizantes sobre el levantamiento popular, Otero nos propone que nos preguntemos las causas por las cuales el "pueblo" no se levanta. Aún más, nos obliga escudriñar en nuestro propio discurso, pensar por qué el otro no se siente interpelado. Habla de la necesidad de renovarse en el pensamiento y los discursos y repensarnos como oposición, si es que realmente queremos captar la atención del otro. Retrata los discursos anquilosados y mohosos, los llamamientos que no convocan, el sectarismo de algunos sectores sindicales, entre otros y quizá sugiere al estudiantado que se deshaga de esos discursos, que pase del vanguardismo a la participación y  que radicalice los espacios de participación democrática para así hacerse cargo de lo común. A diferencia de lo que sugiere Ríos Ávila las preguntas por un proyecto político e intelectual no son una acusación severa sobre la falta de proyecto político o la mera  adhesión a las izquierdas sindicales.  Al contrario, el artículo parece señalar la peligrosidad de caer en esos discursos y estilos.

IV.           Quintero Herencia

Ríos Ávila señala que Quintero-Herencia relaciona la “falta de proyecto estudiantil” con la falta de proyecto de los intelectuales, de una Universidad que sería la responsable del quebrantamiento de los proyectos políticos de resistencia y la responsable de sus fracasos. Sin embargo, debo decir, que el profesor Ríos Ávila hace una lectura bastante selectiva del texto de Quintero.  No voy a resumir la columna de Quintero aquí pero sí diré que la pregunta de Quintero es la pregunta por un proyecto intelectual y político que nos permita conseguir otro tipo de arreglos institucionales, vivir de otro modo.  En este sentido me parece más audaz que Otero porque abiertamente señala que la condena del otro es la certificación de la derrota del discurso de izquierda y problematiza cómo los discursos moralizantes lejos de convocar han, más bien, servido a quienes están en el poder.

Quintero propone reflexionar sobre el porqué de que el “pueblo” no responda al llamado del movimiento estudiantil pero además nos obliga a pensar si como país nos estamos moviendo a lo que Bernart Tort llamaría un futuro postdemocrático de derecha.

Quintero señala que hay que reconocer que además de sus enemigos externos, el proyecto universitario tiene enemigos internos.  Es una crítica dura e intensa pero que el claustro tiene el deber de asumir así como el movimiento estudiantil ha tratado de asumirla cuando ha sido necesario.  Dice, básicamente, que los y las que contribuyeron a la mediocrización de la Universidad, tanto desde las oficinas administrativas como desde la cátedra, como también aquéllos que trabajaron por ella pero que adoptaron un discurso de alabanza aún ante la crisis, poco podrán hacer mientras sigan haciendo de la mediocridad su trinchera y del autoelogio su barricada. Lo interesante de su propuesta es que, lejos de ser condescendiente, nos obliga a repensarnos como universitarios y universitarias, cualquiera sea el sector en el que nos hallemos inmersos e inmersas.  Así, la reflexión no puede ser en defensa de la Universidad de hoy sino que la defensa se debe basar en la Universidad que queremos. Hacerle frente a la crisis es enfrentarnos con nuestros fantasmas y responsabilizarnos de la porción que nos toca a cada cual en la catástrofe.

Hay que reconocer que el escrito de Quintero incomoda porque provoca un proceso de introspección, con lo doloroso que el proceso puede ser.  Lo anterior hace que muchos se desconozcan  y asombren –fantasma freudiano- al tener que responder las preguntas de Quintero: "¿Cuántas plazas se le otorgaron a amigos, o a casi profesores por razones que nada tiene que ver con el rigor, la productividad o la seriedad? ¿Cuántos dejaron de leer, de conversar con sus estudiantes?...”

Quintero señala que la cultura anti-intelectual es una poderosa dado que “hegemoniza los modos de conversación en Puerto Rico”, en este sentido, y haciendo referencia a las prácticas anti-intelecutales que señala en su ensayo, esa cultura no es exclusiva de un solo “bando”.  Al contrario, la resistencia a pensar complejamente se encuentra, señala Quintero, a cada lado y entre éstos parece abrirse un abismo insalvable. Hay que dejar claro que si bien pueden haber prácticas políticas anti-intelectuales éstas no son monopolio de las izquierdas.  Me inclinaría a pensar que cualquier simplificación o sobre-simplificación de la complejidad propia del acontecimiento al cual asistimos forma parte de la cultura anti-intelectual. También en este punto habría que clarificar que no toda militancia es en sí misma anti-intelectual, pero eso sería entrar en otro debate, por ejemplo con lo que señala Arturo Torrecilla en una entrevista hecha por Mario Roche para 80 Grados. 

V.             Pabón Ortega

Finalmente, le llega el turno a Fungir como docentes de Carlos Pabón.  De los planteamientos hechos por Pabón, Ríos Ávila destaca lo que identifica como una “queja” y señala que uno de los problemas del sector docente es haber estado supeditado a los estudiantes y al conflicto huelgario.  Además, destaca la denuncia que Pabón hace sobre el paternalismo que subyace al apoyo incondicional a los estudiantes y a sus procesos por un sector del profesorado.  Sin embargo, nada dice sobre el llamado a Pabón a la articulación como sector autónomo para atender lo que les atañe como docentes.  Tampoco problematiza, con todo lo antipático que pueda ser para un sector estudiantil, los argumentos esbozados por Pabón.  Sobre lo planteado por Pabón puede consultarse una entrada de la profesora Érika Fontánez Torres Invitación a leer con apertura y la columna del profesor Alex Betancourt Serrano ¿Por qué ofende la crítica?

Me sorprende que el profesor Ríos trate los planteamientos de Pabón como una “queja”.  Disiento de él porque me parece imprescindible, si es que queremos establecer un diálogo sin tonos admonitorios, tomar en serio lo que el otro trae a nuestra consideración.  Ésa es la antesala necesaria para entablar un debate sobre la médula o sobre lo sustantivo de lo planteado por el otro.  Además, me parece necesario aclarar que el planteamiento que Pabón hace sobre la huelga estudiantil no es una crítica al proceso iniciado por los estudiantes, sino un señalamiento incisivo al sector docente que apoya los mecanismos adoptados por el sector estudiantil.  Esa distinción me parece importante porque no sólo saca a los estudiantes del tono admonitorio que señala Ríos sino porque obliga a quién quiera debatir con Pabón asumir lo por él planteado y no valerse de hipótesis ad hoc como “la severa crítica a la huelga” para sostener sus argumentos.


VI.           Las preguntas de Ríos Ávila

Finalmente, Rubén Ríos Ávila se pregunta: “¿vivimos acaso en el mismo Puerto Rico que sirve de telón de fondo para el diagnóstico de aquella ensayística anti-nacionalista de fin de siglo pasado que estos tres micro ensayos emulan con tanto peritaje e indignación?”, aunque contesta en la negativa pareciera ser que la respuesta es en la afirmativa, sobre todo, por el empeño de Ríos Ávila de, sin querer queriendo, circunscribir la complejidad de lo acaecido en la Universidad a los debates sobre la posmodernidad que creíamos superados pero, sobre todo,  a relacionar las propuestas de Otero-Quintero-Pabón a la pregunta recurrernte –y conformista- ¿qué proponen? como si el acto de pensar para validarse deba ir acompañado por una acción visible que me legitime como sujeto pensante ante el otro que erige sobre mí su dedo moralizador.

El intelectual, como bien señala Ríos Ávila, se diferencia del docente, no siempre es un docente ni siempre el docente es un intelectual.  Ahora bien, el intelectual participa de una cultura del discurso crítico.  Parafraseando a Pierre Bourdieu, se hace cargo del capital cultural y lo produce. Dentro de ese campo cultural se dan complejas relaciones entre aquellos y aquellas que tratan de dominarlo.  Es por ello que a Bourdieu le llama tanto la atención la “paradoja de la Doxa: el hecho de que la realidad del orden del mundo, con sus sentidos únicos y  sus direcciones prohibidas, en el sentido literal o metafórico, sus obligaciones y sus sanciones, sean grosso modo respetado…” ¿No es el intelectual el encargo de cuestionar esos sentidos únicos? ¿No es acaso el intelectual el que se pregunte por el orden del mundo? 

Sobre la radiografía que Ríos Ávila hace sobre los estudiantes coincido que  somos lo que él dice que no somos pero eso no quiere decir que no estemos atravesados por los discursos que señala hemos abandonado. De igual manera, parece ser que la construcción que se hace de “el estudiante” es una sumamente homogeneizante y acomodaticia a lo que se quisiera que fuéramos.  No reconoce que le movimiento huelgario es sólo un parte de “los estudiantes”, tampoco parece reconocer que el movimiento huelgario es heterogéneo. Quizá hay una cierta nostalgia que redunda en homogenización en eso de que nuestras caras son las mismas  que los musulmanes oprimidos por décadas de dictadura y que somos parte del mismo ciclo de resistencia.  Me parece que en nombre del rigor debemos salvar las condiciones políticas, sociales y económicas que nos separan de Egipto, Libia y Tunisia. 

Con lo anterior quiero decir que no es que Fortuño no esté a la altura de Mubarak, lo que sí puedo afirmar con seguridad es que entre Fortuño y Videla, por ejemplo, hay una diferencia de 30,000 desaparecidos y siete años de dictadura, tortura, vejaciones y asesinatos. Dejando claro que no estoy llamando a minimizar los momentos autoritarios y hasta totalitarios que nos arropan a menudo pero sí estoy llamando a cualificar; si no cualificamos lo que tenemos ante nos será muy difícil lograr algún avance políticamente hablando y en consecuencia otros arreglos institucionales.  La honestidad tiene que ser un requisito, sin honestidad no hay posibilidad de que el otro se sienta interpelado y me atrevo a decir, que aún cuando se presentan como focos de resistencia, Egipto y la UPR no pueden echarse en un mismo saco.

Por último, Ríos Ávila reconoce que “en momentos cuando lo que está en juego es la pura institucionalidad de una institución urge que nos acomodemos diestramente en el dispositivo instrumental que nos corresponde”.  Acto seguido reseña los canales institucionales que están disponibles en la Universidad haciendo suyo el planteamiento de Pabón en Fungir como docentes.  Es esto una demostración de que nadie está exento de que le arrope la contradicción.  Que personalmente atesoro mis contradicciones.  Ahora sí, lo que no valoro es la crítica del otro como escudo ante las imposturas políticas.  Si hay algo que respeto de Otero-Quintero-Pabón –especialmente de Pabón, quien ha sido mi profesor- es la honestidad en el debate, la valentía de asumir posturas incómodas y antipáticas pero, sobre todo, el respeto por los procesos estudiantiles y las decisiones tomadas en las asambleas.  Decisiones que podrán ser problematizadas, criticadas, sometidas al implacable escrutinio de sus verbos e intelectos, pero nunca violentadas.

Es por ello que la columna de Ríos Ávila, sumada al video que retrata al profesor de Humanidades James Conlan, me deja con muchos interrogantes. Aún cuando está muy bien escrito, cuando cuenta con su genealogía del canon, le subyace un crítica demasiado higiénica, temerosa de pisar algún cayo en el movimiento estudiantil, tímida en la complejidad de los argumentos y en última instancia inspiradora del mejor de los “gatopardismos”: cambiarlo todo para que nadie cambie.



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