31.12.09

Columna en el Nuevo Día

31-DICIEMBRE-2009 MARIANA IRIARTE

Tenemos que ser más sinceros

Recientemente salió a la luz pública una canción promocionada por la ultraderecha conservadora que materializaba los discursos de odio de pasillo. Así, la incapacidad de reconocerse en el otro provoca un vómito súbito de franqueza y sinceridad: los inmigrantes ilegales no sólo son rechazados por un sector de la sociedad estadounidense sino también son vejados discursivamente y reducidos a meros apéndices, herramientas o artefactos.

En este sentido, no se puede olvidar que el antecedente inmediato de la violencia física es la violencia discursiva. La deshumanización del otro es imprescindible para que se active, casi instantáneamente, la exteriorización del odio mediante la agresión física cualquiera sea el tipo. Lo que resulta curioso de la melodía xenofóbica es que reconoce, implícitamente, que no se puede vivir sin el objeto de odio.

En un momento pensé alterar la letra de la canción para afirmar que los inmigrantes no sólo limpian los patios sino también llegan al Tribunal Supremo, pero era hacérselas muy fácil y caer en el juego estéril de una retórica yerma. Me pareció más serio, sincero y productivo pensarme y pensarnos en la empatía. Es decir, poder calzar los zapatos del “illegal in their yard” y dejarme, por un momento, fusilar por los cartuchos de odio disparados a mansalva.

Y no es que me extrañe el uso del estereotipo como recurso para fomentar el odio y la marginación. Lo que me extraña es que se recurra a desvalorizar el trabajo no diestro, por nombrarlo de alguna manera, para agredir y maltratar al otro. Pareciera ser una manera posmoderna de recurrir al esclavismo como institución. El inmigrante ilegal, al igual que el esclavo, no es humano, su valor es el valor de un pico, una pala o una azada.

Ahora, si de sinceridad se trata, la canción no debería dejarnos sin habla al borde del síncope cardíaco; si de sincerarnos se trata debemos ser sinceros con nosotros mismos y reconocer que cantamos la canción cada vez que recurrimos a la condición social para caricaturizar a aquéllos que están desigualmente posicionados con respecto al lugar que ocupamos. Ser valientes y levantar la voz cuando el vecino demoniza a un extranjero por no residir legalmente en el país.

Tenemos que ser más sinceros y pensar que cantamos la canción cuando llamamos al periodista “incisivo” y repetimos con él que los vecinos de Villas del Sol no merecen agua y luz porque, además de invasores, son inmigrantes ilegales. Tenemos que ser más humanos y dejar de tararear las melodías del odio y la marginación.

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