27.9.10

El dolor de los golpes no se puede dibujar


La violencia de género no es un asunto que pueda tomarse a la ligera.  No es tampoco una moda fea, ni un “issue” pasajero, sino que es un grave problema social resultado de injustas desigualdades en las cuales, históricamente, las mujeres hemos estado insertas.   En este sentido, la violencia doméstica –cuyo nombre de por sí es problemático- es un asunto complejo que debe tratarse con rigurosidad y respeto hacia ese Otro que la padece, en su mayoría mujeres.

Foto tomada de Internet
En ocasión del IV Compromiso Pro Bono la profesora Rima Brusi nos proponía reconceptualizar el encuentro con el Otro, acá.  En esa reconceptualización decía –hablando de los y las estudiantes que se comprometían- se van a envolver en una relación con el otro, no desde un lugar de superioridad, de identidad, o de caridad, sino desde un lugar de aprendizaje, de comprensión, y de acción. Y en el proceso, estarán practicando otras formas de encuentro, formas que nos permitan repensar las maneras en que estructuralmente se violentan y obstaculizan hoy las posibilidades humanas, y aprender, usar y producir los conocimientos que le permitan a los humanos rescatar sus posibilidades”. En este caso ese Otro no es aquél que se definía en la ponencia como pobre, marginal, necesitado o desventajado; en este caso ese Otro es la mujer víctima de violencia doméstica.  El encuentro con la violencia doméstica, como decía Rima, tiene que ser desde el aprendisaje, la comprensión y la acción, de otra manera nos prestamos a ser parte de aquellos y aquellas que obstaculizan las posibilidades de las mujeres.

Quizá resulte un poco monótono volver a la distinción entre sexo y género.  Sin embargo es indispensable comenzar por ahí.  El sexo se refiere a las características anatómicas y diferencias biológicas entre hombres y mujeres.  En ese sentido, estas características de los diferentes sexos propician que, cultural e históricamente, se asignen diferentes roles a hombres y a mujeres a través de los procesos de socialización, lo que podríamos definir como género.  La capacidad de la mujer de gestar, alumbrar y lactar, por ejemplo, han –en buena medida- determinado que ésta sea relegada al ámbito de lo doméstico.  Es por ello que el significante “violencia doméstica” es violento en sí mismo: significa que el espacio de la mujer es, exclusivamente, el hogar y su espacio de acción es, esencialmente, el relacionado a la casa: cocinar, criar a los hijos e hijas, ocuparse de la administración del hogar, entre otras cosas. 

Si tomáramos como punto de partida las palabras de la profesora Rima Brusi podríamos decir que la violencia de género surgen de la desigualdad.  Es decir, el haber circunscrito la mujer a la casa y su administración estableció una cadenas de desigualdades.  Las desigualdades políticas, sociales y económicas propiciaron que las mujeres fueran tratadas como un objeto: objeto de satisfacción sexual, objeto de  reproducción, objeto de producción, entre otros, y ese tratamiento a su vez justificaba que se la agrediera si se apartaba de ese rol asignado en una cultura determinada. De esta manera, las mujeres tenemos menor participación en la política, somos mucho más pobres, vivimos en condiciones más precarias, tenemos menos acceso a los servicios de salud, aún cuando en países como Puerto Rico tenemos una alta tasa de escolaridad seguimos ganando menos que los hombres, participamos de una doble –y muchas veces triple- jornada de trabajo.

Una mirada retrospectiva al siglo XX nos deja ver cómo desde inicios del mismo se reconoció la necesidad de establecer arreglos destinados a terminar con las desigualdades y propiciar así una convivencia en paz a través de la equidad.  Sin embargo, en pleno siglo XXI en Puerto Rico –y en el mundo- las mujeres seguimos siendo asesinadas por nuestros compañeros.   Así, sólo por dar un panorama a vuelo de pájaro, la primera ola feminista estuvo vinculada al movimiento sufragista y la consecución de derechos civiles.  No fue hasta los años 60 -70 que las feministas comenzaron a cuestionar el sistema, cuestionando todas las relaciones de poder en que las mujeres estaban insertas: género, clase, raza.  Posteriormente, a mediados de los años 70, nace el feminismo de la diferencia cuyo postulado básico  es la defensa de las carácterísticas propias de la mujer. Luego de esto podemos encontrar el feminismo posmoderno, el anarcofeminismo, el feminismo marxista, el ecofeminismo, entre muchas otras corrientes.   Lo fundamental es ver cómo las mujeres hemos desarrollados herramientas conceptuales y teóricas para explicar las desigualdades y transformarlas en arreglos equitativos y por ende justos.

La violencia intraparejas, de género o contra la mujer, no puede ser atendida sin tomar esto en consideración.  Es decir, si no comprendemos el complejo entramado de desigualdades, falta de oportunidades y acceso del Otro, no podremos ofrecerle soluciones justas y éticas.  La violencia contra la mujer es una cosa seria, en Puerto Rico han muerto 18 mujeres en lo que va del año, y la denuncia es pública todos los días.  Los proyectos, aunque sea de denuncia, que no se sensibilizan frente a este problema social que en Puerto Rico tiene ya una dimensión de salud pública, no abonan a la solución del problema.  El norte de cualquier proyecto ético-político debe ser construir instituciones equitativas que fomenten la convivencia en paz, concienzar sobre los roles de género impuestos desde arriba por un orden político que es patriarcal, que está basado en la relegación de la mujer al ámbito doméstico y que funda su base económica en el trabajo cuasi-esclavo femenino y en su explotación sexual y reproductiva.

Nos matan no porque esté de moda matarnos o agredirnos física y emocionalmente, nos matan porque nos piensan inferiores, sumisas, débiles, menores, domésticas, objetos, entre muchas otras cosas.  Que nos maten no es una moda fea, es un problema social que debe ser atendido como tal principalmente a través de la educación, con currículos escolares que incluyan perspectiva de género, deconstruyendo los mitos fundamentalistas, exigiendo participación en las decisiones que nos involucran directa o indirectamente.

Hay una sóla marca que es real, la que te queda en el cuerpo después de una agresión física o en tu psiquis después de una agresión emocional.  Hay una sólo llanto que es real, el que te sientas a llorar sola cuando eres víctima de maltrato o el de tus hijas e hijos cuando presencian las agresiones e incluso los asesinatos.  Esas marcas son irrepresentables, y si lo fueran no sería ético pues el dolor de los golpes no se puede dibujar.


* En la sección artículos de interés podrás encontrar los artículos que se publicaran en Claridad en el suplemento En Rojo "Repensar el género para combatir la violencia". 

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