Todavía veo con sorpresa el entusiasmo con que miles de personas se movilizaron en contra de la incorporación de las perspectiva de género en el currículo escolar de las escuelas públicas del País. Me impresiona y preocupa mucho más que de ese gran número de manifestantes sólo un puñado pudiese verbalizar con claridad los fundamentos o razones de su oposición, dejando al lado las convenientes tergiversaciones y medias verdades. Las concepciones torcidas que tienen sobre la libertad, la democracia, la diferenciación entre los ámbitos públicos y privados y el rol de las mayorías, le hiela la sangre a cualquiera. Y la congela con razón, porque basta con dar una mirada retrospectiva al siglo pasado para encontrarnos con grandes errores históricos auspiciados por las mayorías: la segregación racial y el Holocausto son dos botones de una muestra bastante extensa y vergonzosa con las que nos toca cargar.
Hace un tiempo atrás comenté en 80grados algunas ideas sobre la importancia de incorporar la perspectiva de género como herramienta analítica al currículo escolar para el fortalecimiento de la democracia. En esa oportunidad afirmaba que una de las formas más efectivas de garantizar el ejercicio pleno de la ciudadanía por parte de las mujeres era a través de una educación género inclusiva o educación con perspectiva de género. Esta demanda ha sido articulada consistentemente por las organizaciones feministas y movimientos de mujeres que han solicitado la incorporación de este enfoque teórico-metodológico no sólo en la educación sino en todas las políticas públicas.
Recientemente, el Gobierno parece haber dado paso al reclamo y se ha anunciado que tan pronto como el próximo semestre escolar el currículo escolar con perspectiva de género llegará a los salones del Departamento de Educación. Esto ha desarrollado un profundo debate entre los sectores que se oponen y los que favorecen la medida como una herramienta para la construcción de relaciones igualitarias entre hombres mujeres.
Los opositores, encabezados principalmente por líderes de algunas denominaciones religiosas, han enfatizado que la perspectiva de género es una ideología que pretende enseñarles a los niños y a las niñas que no existe distinción valorativa entre la homosexualidad y la heterosexualidad. En relación a eso el sacerdote católico Carlos Pérez ha señalado que “la diversidad y complementariedad de los sexos es un valor social que tiene que ser promovido en la escuela, en la familia, en los medios de comunicación y desde la Legislatura”.
Este acercamiento a la perspectiva de género como una ideología y no como una herramienta teórica-metodológica pareciera tener su génesis en “Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo” aprobada por el Papa Juan Pablo II el 31 de mayo de 2004. En la Carta, básicamente, el Vaticano vierte su postura doctrinal sobre la utilización de género como categoría conceptual y sobre el rol de las mujeres en la sociedad, el cual se circunscribe, casi exclusivamente, a la “capacidad de la acogida del otro”. Aunque la Carta a los Obispos fue el inicio de la conceptualización de la “ideología de género” no fue el único pronunciamiento de la Iglesia Católica en relación al asunto y existen varios movimientos que a través de la tergiversación y descontextualización de términos y conceptos han intentado desvirtuar y desprestigiar este acercamiento metodológico y el efecto que tienen en la vida de las mujeres principalmente.1
Todo indica que ciertos sectores religiosos conservadores están preocupados por la deconstrucción de los roles que cultural y políticamente se le han asignado a hombres y mujeres únicamente por razón del sexo con el que nacieron. En ese sentido, la categoría género no es otra cosa que un instrumento para dar cuenta de las funciones asignadas a los cuerpos a base de la diferencia sexual. En este sentido, Clara Rojas Blanco sostiene que “[l]as y los estudiosos del género proponen la modificación de las estructuras simbólicas y materiales que justifican la diferencia sexual como desigualdad social y política. Estos estudios viabilizan y problematizan la condición de las mujeres y su posición con respecto a la de los hombres y viceversa, con el fin de detectar los factores de la desigualdad que afectan a hombres y mujeres en diferentes ámbitos del desarrollo”.2
La relación estrecha que existe entre la deconstrucción de los roles femeninos y masculinos con la desnaturalización de las jerarquías existentes entre hombres y mujeres a base de esos roles, socava y desacraliza la pretendida subordinación natural entre los sexos promovida, aunque solapadamente, por los opositores. Es por ello que en el debate han tenido que recurrir a relacionar la perspectiva de género con la educación sexual. Sin embargo, debe quedar diáfanamente establecido que perspectiva de género, educación sexual, orientación sexual e identidad de género son conceptos diferentes que sirven para explicar fenómenos también diferentes.
Aunque la perspectiva de género como herramienta metodológica pretende dar cuenta de las desigualdades que se producen y reproducen entre hombres y mujeres a través de los roles asignados, no es menos cierto que es útil para dar cuenta también de las desigualdades que se producen y reproducen entre la heterosexualidad y otras orientaciones sexuales. Esto es así porque la valoración de la heterosexualidad como orientación sexual hegemónica está basada en la diferencia sexual y los roles asignados a cada uno de los sexos. Desde ese sitial de privilegio organiza y configura relaciones de poder. De esta manera, una orientación sexual no heterosexual se erige como una posible subversión a las relaciones de poder configuradas entre los sexos.
Ahora bien, esa desacralización de los roles asignados a los sexos pone de manifiesto que la desvalorización de lo femenino vis a vis la sobrevaloración de lo masculino es una construcción social y como tal representa relaciones de poder. En ese sentido, la incorporación de la perspectiva de género no es otra cosa que, nos dice Susana Gamboa, “a) reconocer las relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los varones como grupo social y discriminatorias paras las mujeres; b) que dichas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas; c) que las mismas atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión”. Y lo anterior es importante porque “las relaciones de desigualdad entre los géneros tienen sus efectos de producción y reproducción de la discriminación, adquiriendo expresiones concretas en todos los ámbitos de la cultura: el trabajo, la familia, la política, las organizaciones, el arte, las empresas, la salud, la ciencia, la sexualidad, la historia”.
Y esto último nos lleva obligatoriamente a reflexionar sobre el reclamo de los sectores opositores a criar a sus hijos e hijas de acuerdo a lo que ellos entienden son “los valores”. Tratan la educación como un asunto estrictamente privado y parecieran separarlo del proceso de escolarización a cargo del Estado. Esta afirmación está basada en una concepción irrestricta e individual de la libertad que no toma en consideración el impacto de las acciones privadas en el entramado social. No puede perderse de vista que la producción y reproducción de estereotipos, patrones de socialización sexistas, sobrevaloración de lo masculino, subvaloración de lo femenino, entre otros pueden darse y de hecho se dan no sólo en el ámbito público sino que, principalmente, en el ámbito privado.
Es por ello que las feministas hemos sido enfáticas en denunciar la falsa dicotomía entre lo público y lo privado.3 Sin duda, esta separación ficticia donde lo privado trata de eludir la intervención estatal “lleva a encubrir y tolerar violencia sufrida por las mujeres. Por ello se ha advertido que la ausencia de control estatal, lejos de implicar un vacío legal, importa imponer determinadas reglas que aseguran la desprotección de las mujeres”.4 De igual manera, patrones de crianza sexistas y discriminatorios llevados a cabo en el ámbito privado tiene repercusiones concretas en el ámbito público. El discrimen, el machismo estructural, la violencia machista, la sobrevaloración de la heterosexualidad, entre muchos otros asuntos que afectan a las mujeres y a las diversidades sexuales son cuestiones políticas que el Estado debe atender. Es por ello que la incorporación de la perspectiva de género en el currículo escolar es un asunto público y no privado. Esto es así porque la violencia, en su amplia gama de manifestaciones, contra las mujeres y las diversidades sexuales es un asunto público y no privado. En ese sentido, un ciudadano o ciudadana no puede invocar el derecho a educar a sus hijos para educarlos dentro de patrones cuestionables que promuevan el machismo, la misoginia, los privilegios y el discrimen porque, posteriormente, esos patrones cuestionables se manifestarán el cuerpo social.
La libertad para criar debe estar enmarcada dentro de unos parámetros ético-políticos guiados por el principio de la dignidad humana. El Estado tiene esa responsabilidad y, sin duda, la incorporación de la perspectiva de género en el currículo escolar es una metodología de enseñanza que vá dirigida a ofrecer una educación guiada por el principio de la dignidad humana, el apoderamiento y la libertad.
Es tiempo ya de que eduquemos para la paz y la igualdad. Es tiempo de que las decisiones de política pública sobre derechos humanos no estén sujetas a los vaivenes de la opinión de las mayorías y sí a un ejercicio honesto y consciente que adelante y respete a los grupos históricamente discriminados, estableciendo mecanismos que garanticen una real igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Vamos por buen camino, la incorporación de la perspectiva de género debe trascender el currículo escolar e incorporarse a todas las decisiones de política pública. Únicamente a través de una mirada sensible al género podremos garantizar un Puerto Rico inclusivo, un Puerto Rico para todxs.
- Un interesante análisis de la “ideología de género” puede verse en http://www.mujeresenred.net/spip.php?article2068 [↩]
- Clara Eugenia Rojas Blanco, La perspectiva de género noema y nóesis de la espistemología feminista, en Nóesis Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, pág. 20, disponible en http://www.redalyc.org/pdf/859/85916757004.pdf [↩]
- Véase Carole Patentan, Críticas feministas a la dicotomía publico/privado, en Carme Castells, Perspectivas feministas en teoría política. [↩]
- Julieta Di Corleto, La construcción legal de la violencia contra las mujeres, en Justicia, Género y violencia. [↩]
*Publicado en 80 Grados, acá.
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