11.5.10

Mi decano


Columnas

MARIANA IRIARTE
ESTUDIANTE DE LA ESCUELA DE DERECHO DE LA UPR

11 Mayo 2010

Mi decano

Cuando el Estado se enfrenta a la protesta organizada quien hasta el momento reclamaba el poder para sí se siente amenazado. Más aún cuando el espacio de ese poder institucionalizado es una escuela de derecho que se ha distinguido por ser una de las facultades más conservadoras del sistema de la UPR. Puede ser desconcertante –y todo un reto- para quien encarna el poder que ese espacio se convierta en un espacio de resistencia, democracia y participación que nazca de una auténtica vocación social, de servicio, entrega y compromiso. Como suele suceder, la reacción al cambio generalmente es de rechazo.

Cualquiera podría decir que un foco de futuros abogados progresistas, conscientes de su realidad social y comprometidos con su país debería ser motivo de orgullo de la comunidad universitaria, y sobre todo de su máxima figura de autoridad: el decano. Sin embargo el decano de la Escuela de Derecho de la UPR escogió enfrentar a los estudiantes con gritos, empujones y señalamientos. Abiertamente hizo un llamado a que el Estado, a través del uso de la violencia, abra el recinto universitario, desaloje los manifestantes y se retorne a la normalidad. ¿Será que la normalidad a la que pretende retornar, utilizando la Unidad de Operaciones Tácticas, es la normalidad de los 30,000 despidos públicos? ¿La del recorte presupuestario de $120 millones a la UPR? ¿La de la desarticulación del Colegio de Abogados? ¿La de la marginalización y criminalización de las comunidades de escasos recursos? ¿Será la normalidad de los traficantes de drogas que hacen fiesta mientras la Policía de Puerto Rico se aposta en los umbrales de la Universidad? ¿De qué normalidad habla el decano? 

Que su concepción de normalidad coincida con la mía de estado de excepción es lo de menos. No se trata de restringir su derecho a la libertad de expresión. La cuestión es mucho más profunda, se trata de pensar si sus palabras son cónsonas con la misión de la Escuela de Derecho que dirige y cómo éstas contribuyen a construir una mejor universidad y por ende un país mejor. Todavía me pregunto ¿qué le pasó a nuestro decano? No lo reconozco. No me cabe duda que en la solitud de la reflexión, sensata y concienzuda, el decano se sentirá orgulloso de los estudiantes como hoy se siente el pueblo de Puerto Rico. Estoy convencida que reconocerá que sus estudiantes han dado cátedra de lo que es hacer país, poniendo en alto el nombre de la escuela que él dirige.

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