8.5.10

Los profesores y la Democracia por Alex Betancourt Serrano, PhD

Dejo por acá un escrito que recientemente preparó el profesor Alex Betancourt Serrano. Alex es profesor de Teoría Política en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Puerto Rico y además un gran amigo. Que lo disfruten tanto como lo disfruté yo...

Los profesores y la democracia

Hay una diferencia fundamental entre un mecanismo democrático y una actividad democrática. En mis clases suelo indicarle a mis estudiantes sobre esta diferencia con un ejemplo sencillo. Uno participa en un mecanismo democrático cuando ejerce libremente el voto en una elección, pero uno lleva a cabo una actividad democrática cuando determina junto a otros en igualdad las opciones por las cuales se va a votar. La diferencia es fundamental en tanto la primera situación refleja que se vive en un predeterminado marco institucional donde el individuo puede o no ejercer unos derechos individuales, mientras que en la segunda situación un cuerpo colectivo activamente determina las condiciones de posibilidad de la primera situación. En el primer ejemplo se actúa dentro del ámbito de la ley, en el segundo se vive políticamente en una democracia plena. Y es que la vida institucional, que la ley encuadra, es esencialmente pasiva mientras la vida política que la democracia implica es inmanentemente activa. Cada una de estas formas de actuar conlleva un ejercicio del poder distinto. Como diría el teórico político Sheldon Wolin, mientras el ámbito institucional es un ejercicio centrípeto del poder, la democracia es un ejercicio centrífugo de éste. Así pues, la concentración de la fuerza en la vida institucional-administrativa implica la absorción del poder que emana de los miembros de la comunidad. Es por ello que el claustro de la Universidad de Puerto Rico es un cuerpo anémico. Porque la administración universitaria ofrece mecanismos democráticos para los profesores, pero la Universidad de hoy no es actividad democrática. La actividad democrática entonces va más allá de la mera cuantificación electoral. La democracia es sustancialmente una práctica política que implica compartir el poder en búsqueda de una vida política asentada en la igualdad. En la Universidad, al igual que en el país, disfrutamos de algunos mecanismos democráticos (franquicias electorales, elecciones libres, procesos deliberativos). De lo que no disfrutamos es de una vida política plenamente democrática, pues ésta implica el ejercicio de una ciudadanía política donde la participación en el poder sea condición sine qua non del quehacer universitario. La actividad democrática (muchas veces contra los mecanismos) implosiona las estructuras jerárquicas de poder. Esta actividad constituye un compartir esencial de ese poder, que cualitativamente siempre tiene que tender hacia la igualdad. Esa participación del poder conlleva una renovación constante, pues la institucionalización y su tendencia centrípeta son parte integral de las sociedades modernas. Esta institucionalidad, cuya forma hegemónica es el liberalismo constitucional, se sostiene y legitima mediante el discurso de los derechos individuales y el accountability al poder central gubernamental. En tanto ejercicio del poder esta forma liberal es antagónica a la democracia y sus mecanismos constituyen obstáculos a ésta. La reciente declaración por una Universidad Democrática de Excelencia Académica apunta a dos de éstos obstáculos: la burocratización como forma organizativa y la centralización de las decisiones.

En la coyuntura actual, los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico han decidido actuar, y por ello momentáneamente vivir democráticamente. La mayoría de los profesores los apoyamos (algunos marchamos) y más aún yo diría que los envidiamos. Y es que los profesores teorizamos sobre lo que los estudiantes practican. Esta situación implica que el empoderamiento democrático en la Universidad se da de forma pasajera: sólo cuando los estudiantes actúan políticamente y lo profesores, en una admisión tácita de debilidad, escribimos al respecto. Esto no significa que la libre expresión y su ejercicio sean irrelevantes o fútiles, sino que están inscritos en el ámbito legal-institucional que no requiere de la politización que conlleva la democracia. Es decir, que no requiere la transformación de las estructuras de poder universitario que son esencialmente oligárquicas y contra las que los estudiantes luchan. Entonces al claustro sólo nos queda, si queremos una Universidad democrática, comenzar a emular a los estudiantes.

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