Marzo 2011
La esperanza de la equidad
MARIANA IRIARTE
ALorenis la asesinaron. Su hermano la encontró muerta junto a sus dos hijos de 8 y 10 años. Lorenis esperaba su tercer varón. Dar cuenta de su muerte, así como dar cuenta de las 9 mujeres que le precedieron, se vuelve doloroso y desgarrador y nos debe obligar, como sociedad, a pedir un alto a la violencia machista. La cifra de mujeres asesinadas en lo que va del año es aterradora y el Estado tienen que adoptar política pública destinada a protegernos. Tenemos derecho a vivir en paz.
A principio de febrero, un canal de televisión local reveló que un estudio hecho por el Gobierno de Puerto Rico arrojó cifras alarmantes en cuanto a la violencia machista. El 49% de los estudiantes de escuela intermedia y el 50% de escuela superior entendían que pegarle a una mujer estaba bien. Eso es producto de un complejo entramado social que, a todos los niveles, está permeado por la violencia que genera el dominio patriarcal y que desde pequeños se le inculca a los varones hasta metérselo por los huesos. El Estado es el principal responsable.
El Estado es el principal responsable porque aun teniendo conocimiento de las agresiones físicas, sexuales, emocionales y morales a las que estamos expuestas las mujeres rechaza incluir en el currículo escolar la perspectiva de género, negándonos así la esperanza de la equidad.
Arreglos institucionales equitativos y justos deben visibilizar a las mujeres, reconocer que en la sociedad machista y patriarcal se nos ve como objetos y no como sujetos y adoptar medidas para evitar que nos sigan matando producto de esa objetivación.
Es nuestra responsabilidad exigir que se le enseñen a nuestros niños (y a nuestras niñas) que los roles asignados a los sexos son una producción cultural. Una manera de ordenar las relaciones sociales, políticas y económicas que les ha garantizado a los hombres -y a las estructuras por éstos creadas- el dominio sobre las mujeres.
Por ello es necesario que se nos provean herramientas de apoderamiento y liberación, que desde la infancia sepamos que no es normal ni natural que los niños nos halen el pelo y nos maltraten. Que sepamos –y la escuela tiene un rol central en esto- que nuestras aspiraciones centrales no tienen que ser la maternidad y el matrimonio, que las últimas son sólo alternativas en medio de un universo de posibilidades. Que acabemos con los mitos de que te trata mal porque te ama. Quien te ama no te maltrata. Que nos asesinen no es normal. Tenemos derecho a vivir en paz. Tenemos derecho a que nos eduquen en la equidad.
A principio de febrero, un canal de televisión local reveló que un estudio hecho por el Gobierno de Puerto Rico arrojó cifras alarmantes en cuanto a la violencia machista. El 49% de los estudiantes de escuela intermedia y el 50% de escuela superior entendían que pegarle a una mujer estaba bien. Eso es producto de un complejo entramado social que, a todos los niveles, está permeado por la violencia que genera el dominio patriarcal y que desde pequeños se le inculca a los varones hasta metérselo por los huesos. El Estado es el principal responsable.
El Estado es el principal responsable porque aun teniendo conocimiento de las agresiones físicas, sexuales, emocionales y morales a las que estamos expuestas las mujeres rechaza incluir en el currículo escolar la perspectiva de género, negándonos así la esperanza de la equidad.
Arreglos institucionales equitativos y justos deben visibilizar a las mujeres, reconocer que en la sociedad machista y patriarcal se nos ve como objetos y no como sujetos y adoptar medidas para evitar que nos sigan matando producto de esa objetivación.
Es nuestra responsabilidad exigir que se le enseñen a nuestros niños (y a nuestras niñas) que los roles asignados a los sexos son una producción cultural. Una manera de ordenar las relaciones sociales, políticas y económicas que les ha garantizado a los hombres -y a las estructuras por éstos creadas- el dominio sobre las mujeres.
Por ello es necesario que se nos provean herramientas de apoderamiento y liberación, que desde la infancia sepamos que no es normal ni natural que los niños nos halen el pelo y nos maltraten. Que sepamos –y la escuela tiene un rol central en esto- que nuestras aspiraciones centrales no tienen que ser la maternidad y el matrimonio, que las últimas son sólo alternativas en medio de un universo de posibilidades. Que acabemos con los mitos de que te trata mal porque te ama. Quien te ama no te maltrata. Que nos asesinen no es normal. Tenemos derecho a vivir en paz. Tenemos derecho a que nos eduquen en la equidad.
*Columna publicada hoy en El Nuevo Día
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