30 Marzo 2011
Palabrería
Palabras distorsionan los hechos con autoritarismo fanático. Así es como Santurce “experimenta aires de renovación” cuando en realidad cae despoblado en cantos, (que es la fuente de su encanto). Marido y mujer viviendo en santo hogar aseguran que es la “norma”, cuando las estadísticas documentan un hogar diversificado por la inquieta naturaleza del deseo. Puerto Rico no “va en vías de recuperación”, la crisis avanza, alcanzando a los mismos que antes lo negaban.
La propia “palabra de Dios” no es más ni menos que literatura fantástica. Hay descuadre en esa Biblia para rato. Atribulada anda la Rolón tapándole los rotos como una comparatista floja. Sospecho que son otros los rotos que la descolocan. Se le ve desesperada, imponiendo un universo judeo-cristiano del cual sólo queda la doble moral, y hasta ésa agoniza en la era de la transparencia digital. (Amiga apóstol: ni a tu pelo exacto alcanzas en estatura y luminosidad, por eso gritas y maldices poseída de ti misma. Siembras confusión en oídos mansos, “humildes”, palabra que aquí eufemiza al ignorante, porque hay que serlo para diezmarte el “beauty parlor” semanal y el Mercedes Benz diario).
Lo más retrógrado de la doctrina conservadora es su fe en las palabras. El Tribunal Supremo las invoca como si pudieran modificar conductas, cuando la jurisprudencia muestra lo contrario: se atempera el discurso a nuestros actos. Pero esta nueva corte, producto de un acomodo razonable ideológico (entre muchos otros más), se cree aún gestora de la convivencia, guardiana de la Palabra. Menos fe y mejores palabras habría que exigirle a sus expresiones, pues hasta el verbo nauseabundo se digiere mejor cuando es bueno.
Enmudezco con tanta falta a la palabra. Dicen que es epidémico, que no hay lealtad, que aquéllos que hoy comparten la foto, antes se pelaban y mañana se pelarán aún más, a palabra limpia. Con la boca sucia.
“Somos más negros que hace diez años”, afirma el Censo. Paulatinamente Puerto Rico aprende a aceptarse en el espejo, y a ponerlo por escrito en palabras de carne y hueso. Algunas ilustran; otras, deforman.
n El autor es profesor de la Escuela de Arquitectura de la Politécnica.
La propia “palabra de Dios” no es más ni menos que literatura fantástica. Hay descuadre en esa Biblia para rato. Atribulada anda la Rolón tapándole los rotos como una comparatista floja. Sospecho que son otros los rotos que la descolocan. Se le ve desesperada, imponiendo un universo judeo-cristiano del cual sólo queda la doble moral, y hasta ésa agoniza en la era de la transparencia digital. (Amiga apóstol: ni a tu pelo exacto alcanzas en estatura y luminosidad, por eso gritas y maldices poseída de ti misma. Siembras confusión en oídos mansos, “humildes”, palabra que aquí eufemiza al ignorante, porque hay que serlo para diezmarte el “beauty parlor” semanal y el Mercedes Benz diario).
Lo más retrógrado de la doctrina conservadora es su fe en las palabras. El Tribunal Supremo las invoca como si pudieran modificar conductas, cuando la jurisprudencia muestra lo contrario: se atempera el discurso a nuestros actos. Pero esta nueva corte, producto de un acomodo razonable ideológico (entre muchos otros más), se cree aún gestora de la convivencia, guardiana de la Palabra. Menos fe y mejores palabras habría que exigirle a sus expresiones, pues hasta el verbo nauseabundo se digiere mejor cuando es bueno.
Enmudezco con tanta falta a la palabra. Dicen que es epidémico, que no hay lealtad, que aquéllos que hoy comparten la foto, antes se pelaban y mañana se pelarán aún más, a palabra limpia. Con la boca sucia.
“Somos más negros que hace diez años”, afirma el Censo. Paulatinamente Puerto Rico aprende a aceptarse en el espejo, y a ponerlo por escrito en palabras de carne y hueso. Algunas ilustran; otras, deforman.
n El autor es profesor de la Escuela de Arquitectura de la Politécnica.
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