13.1.10

Sobre la paternidad

Un filósofo francés decía que cada discurso tiene su historia. Una historia que permite la construcción de categorías, en este caso jurídicas, que sustentan, apoyan y legitiman un sistema de poder específico. En este sentido, no es difícil pensar que aquellos que siempre han ostentado ese poder y construido esos discursos hegemónicos tiemblen al pensar que algo puede estar fuera de su control; la paternidad aparenta ser parte de ese algo.

Así, se vuelve indispensable la elaboración de estrategias que les brinden seguridad y certeza aún cuando la seguridad y certeza nada tengan que ver con la estabilidad emocional ni el bienestar de los y las menores. Pareciera ser que “casos, estudios y declaraciones” demuestran que las mujeres a menudo mentimos sobre la paternidad de nuestros hijos e hijas y secuestramos pensiones alimenticias a hombres “inocentes”. No se puede negar que, en los albores de una nueva década, seguimos con prejuicios del siglo pasado

Lo preocupante es que, detrás de los discursos de amor, bienestar y derecho a saber quién es el “verdadero” padre se ocultan prejuicios y presunciones que ponen en tela de juicio la honestidad de las mujeres, promueven la desconfianza y potencian la violencia. Conocida es la problemática social generada por la violencia de género y casi nulas las estrategias estatales para atenderla y erradicarla. En su lugar se buscan promover la duda y la desconfianza que a su vez promueven la violencia y la agresión concediéndole a los hombres nuevos términos para la impugnación de la paternidad.

Y mientras los padres impugnan, los niños y las niñas son víctimas de la violencia del Derecho. Ubicados en el medio de un pleito que, lejos de propiciar el bienestar familiar y la estabilidad emocional, provoca heridas irreparables con consecuencias a largo plazo. Testigos de la ruptura familiar, cargan una mochila demasiado pesada: las dudas del padre y el sufrimiento de la madre se mezclan con el escarnio público de saberse un hijo espurio o una hija espuria. Y aunque, jurídicamente, se haya eliminado la distinción entre hijos matrimoniales y los habidos fuera del matrimonio no hay duda que la sociedad aún mantiene esa distinción.

Lamentable es que nos neguemos a formular política pública de avanzada destinada a erradicar los prejuicios que tanto mal nos hacen como pueblo. Lamentable es que aceptemos la promulgación de leyes que mancillen a un grupo particular y que promuevan la violencia. Lamentable es que en pleno siglo XXI el Estado reglamente la esfera privada como si fuera la esfera pública. Lamentables son los nuevos términos para impugnar la paternidad.

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