31.10.09

A mis boricuas bestiales

No me canso de citar a Foucault, el poder nos atraviesa y así también nos atraviesa la insensibilidad y la falta de empatía. Tan atravesados y atravesadas estamos que realidades cotidianas a un sector desaventajado de nuestra población nos parecen motivo de jocoso "jangueo". Y escribimos "statements" como el famoso "boricua bestial" o el "dígale no a la cafrería", sin sentarnos ni siquiera a pensar y reflexionar sobre esas prácticas que tan "bestiales" nos parecen. Prácticas que, sin duda, están íntimamente ligadas a la clase social a la cual se pertenece.
No hace mucho tiempo una persona cercana publicó en Facebook una nota que leía las acciones a las cuales usted debería decirle no para evitar volverse un o una cafre; entre ellos estaban cosas como salir en "dubi" a la calle o colgar la ropa en el balcón de su apartamento. Es natural que esa persona piense en la manera que lo hace: desde que nació supo lo que era ir al "salón de belleza" y tener una secadora "in house". La vida es distinta para el y la que carecen de esas oportunidades.
A diferencia de ella, yo no tuve la misma suerte y estoy agradecida. Sin embargo, sí tuve la oportunidad de convivir con boricuas bestiales que todas las mañanas se levantaban a las 5:00 am para ir a trabajar, boricuas bestiales que con el sudor y a veces las lágrimas juntaban peso a peso el dinero de un par de zapatillas para sus hijos e hijas. Boricuas bestiales donde la violencia por razón de género era algo cotidiano y donde el "gistro" por fuera denotaba que esas mujeres, a veces casi niñas, crecían en un ambiente dominado por una masculinidad que en lugar de ver en ellas compañeras, hermanas, madres, amigas veían una mercancía porque eso era lo que el discurso había impuesto.
Vi muchas "putas" bailando en un tubo para enviar a sus hijos a la escuela, también conocí a una "puta" brillante que estudiaba Derecho. Escuché historias de horror que no eran cuentos y presencié abusos que nunca hubiese querido presenciar. El lenguaje es violento en sí y por sí, pero el accionar de algunos y algunas lo es aún más.
Estoy convencida que la incapacidad para observar esos otros y otras tiene que ver no con una maldad innata sino más bien con una realidad a veces escondida, a veces ignorada y otras veces rechazada. Tiene que ver con una auténtica falta de sensibilidad y claro está, sensible no se nace, sensible se hace y en ese sentido es tarea de todos y todas intentar ver más allá de nuestra inmediata cotidianidad.
Hoy quiero reconocer a todos aquellos y a todas aquellas boricuas "bestiales" que han hecho de mi vida una mejor, de aquellos y aquellas que desde su lugar y desde su nombre dado por un otro incapaz de entender su realidad, han hecho de mí una persona más sensible y más humana, capaz de entender que el colgar la ropa en el balcón de un apartamento no es una cafrería sino una carencia de algo a lo cual yo sí tengo acceso.
Por eso, cuando veo que la problemática social que aqueja a nuestra Isla es ridiculizada, cuando veo que el puertorriqueño y la puertorriqueña que emigraron a New York en busca de un porvenir son ridiculizados, no puedo hacer otra cosa que indignarme, levantar la bandera de alerta y denunciar que estamos mal. Ahí es cuando me reafirmo en mi convicción perenne de que hay que construir otro país desde la sensibilidad o, como diría mi amigo Guillermo, desde la ternura, característica de la cual muchos y muchas carecen.
A los y las boricuas* bestiales de mi vida le agradezco haber hecho de mí un mejor ser humano y sin duda otro tipo de abogada.
*Cuando hablo de boricuas bestiales entiéndase incluidos mis argentinos y argentinas bestiales, en jerga argentinesca: los negros y las negras, los y las grasas, los villeros y las villeras.

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