7.3.10

Marcho por la multiplicidad

Siempre he rechazado las etiquetas, las categorías, las impuestas y las autoimpuestas, las que me gustan más y las que me gustan menos; las categorías francamente me caen mal. Eso lo sé desde que era pequeña y jugaba como varón, decía mi familia, porque me gustaba treparme a los árboles y pescar ranas con un trapito rojo de carnada. ¿Por qué las niñas no podrían pescar ranas?

Unos años después comenzó la guerra del corpiño o, como estamos acostumbradas por estos lares a llamar, el brassiere. No entendía el porqué de la existencia de esa cosa incómoda, lo que sí recuerdo con claridad es a mi madre diciéndome que si no lo usaba se me iban a caer. Lo que no me dijo fue que si lactaba también se me iban a caer, supongo que fue porque lactar es un rol típicamente femenino, casi de la misma talla que el brassiere.

Así fue como, desde niña, empezaron a aparecer categorías y roles. Que si niña, que si estudiante, que si empleada, que si novia, que si compañera, que si comunista, que si socialista, que si inmigrante, que si madre, que si feminista, entre muchas otras que fueron marcando y atravesando mi existencia. Y claro, eso de las categorías es algo muy moderno. Los modernos no pueden funcionar si no te ponen una etiqueta en la cabeza y te clasifican como quien dice acá van los azules, acá los amarillos y acá los verdes. ¿Y si no quieres estar en ninguna cajita? Pues entonces se inventan otra etiqueta y te dicen lo que pasa contigo es que eres una posmo. Y yo no sé si soy o no soy una posmo, lo que sí sé es que me hago eco de aquello que dijo Foucault sobre el ser consecuente, yo quiero ser una diferente todos los días.

Una diferente todos los días porque, al igual que muchas feministas posmodernas (esas tampoco querían ser azules, amarillas o verdes) no me reconozco ni me identifico con una única identidad monolítica. Al contrario, soy consciente que en mi coinciden múltiples identidades que me constituyen y me construyen a diario y que Mariana no es una, es muchas dependiendo el contexto y las circunstancias.

En este sentido, y desde niña, me opuse y rechacé ser normalizada bajo el discurso de lo femenino como único espacio designado para aquellas que, al momento de nacer, traíamos una vulva entre las piernas. Sin saber que con el tiempo me toparía no sólo con esa etiqueta sino con muchísimas más que podían llegar a ser hasta autoimpuestas. Las clasificaciones son extremadamente útiles para el que clasifica pero en nada sirven al clasificado. Aún entre los azules, amarillos y verdes hay diferentes gradaciones y matices que son estandarizados cuando se dicen de ellos que son tal o cual cosa. Históricamente éstas han servido a la construcción de un discurso que aún desde los sectores más progresistas estaban dirigidos a aniquilar la diferencia encajonándola en binomios que no hacían otra cosa que contribuir a la opresión. No en vano Beatriz Preciado denuncia la construcción del género como una categoría médica que nace en los años 40 y que atendía principalmente las necesidades del capital que empezaba a incurrir en el mercado de la sexualidad. Todo un arsenal tecnológico destinado a mantener los binomios hombre-mujer independientemente del sexo y utilizado principalmente como técnica de normalización.

Con lo anterior quiero decir que siempre hay que estar alerta a quienes nombran y por qué nombran. El proceso de subjetivización no se da en el vacío, nos constituimos en sujeto en relación a otro del cual nos distanciamos pero siempre está ahí para mirarnos en él. Es a partir de ese otro que entramos en el orden simbólico y aceptamos o rechazamos las etiquetas. Etiquetas que, aún cuando parecen ser escogidas, son violentamente impuestas a través de la cultura y el lenguaje. Así, el orden patriarcal y falocéntrico, nos asigna roles y nombres que van del conservadurismo extremo al encajonamiento de vanguardia. Nombres que se les achacan a la metanarrativa histórica y a mitos no muy claros pero que sirven a perpetuar y reproducir el orden simbólico. Las categorías, cualesquiera que sean, no hacen otra cosa que, como decía Arendt, ceñirnos en un anillo que nos aprieta de forma tal que terminamos siendo una.

Por eso hoy, 8 de marzo, marcho por la equidad, la justicia, la erradicación del machismo y sus infames manifestaciones, marcho por Vivian a quién el Estado dejó morir en la cárcel y marcho por Romina a quien el Estado encerró por matar a su hija fruto de una violación, marcho por Carolina que fue secuestrada por un proxeneta en el interior argentino, marcho por las que trabajan y se consideran trabajadoras y marcho por las que trabajan y no se autoreconocen como trabajadoras, marcho por Jorge Steven que fue víctima de la homofobia, marcho por todas aquellas que no son ni azules, ni amarillas, ni verdes. Marcho por las mujeres y les dejo a ellas el apellido. Al menos yo estoy como Foucault queriendo ser una diferente todos los días y marcho por todas aquellas que soy y que habitan en mí.

*Foto tomada de Internet

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