Crecí con las narraciones que intentaban representar los sucesos acaecidos durante la dictadura militar. Crecí con una madre temblorosa de la puerta y el sonido de los patrulleros, de los “Ford Falcon” verdes y los tipos que usaban gafas ray-ban. Crecí con un padre que no abdicaba y a pesar de haber sido perseguido hasta el cansancio no les dio el gusto de que apagarán su voz. Su voz la apagó el destino, no los milicos, los milicos no pudieron con él…
Recuerdo poco pero tengo uno intacto en la memoria. Un día, por la tarde, mi madre sacó los cientos de libros que mi papá escondía en un cuarto de cachivaches detrás de la casa principal e hizo una gran fogata. Estuvo horas sacando libros y libros y libros pero con los libros también sacó una muñeca “pata larga” rellena de telgopol; la muñeca se llamaba Suzy y tenía una pierna agujereada por donde perdía parte de su relleno; me la había regalado mi padrino, el tío bebe. Supongo que mi madre estaba cansada de recoger bolitas pequeñas y en un acto tan dictatorial como el de los milicos decidió quemarla. Creo que si no fuera por Suzy quizá hoy no recordaría la quema de los libros.
Recuerdo de la dictadura decir a mi papá que al “Huevo”, uno de sus mejores amigos, lo habían fusilado delante de su compañera y los hijos. También recuerdo narraciones incansables e incontables sobre la forma en que torturaban a los “detenidos” en los centros de detención ilegal. Papi contaba cómo desde los aviones lanzaban a los y las compas vivos y vivas al Río de La Plata y cómo el camino del Buen Ayre es un gran cementerio. Fosas comunes, amigos y amigas que no volvieron y un idiota en la Escuela Secundaria que decía que los desaparecidos y las desaparecidas estaban de viaje por Europa.
Así, aquel 24 de marzo de 1976 se empezó a entretejer en la Argentina un esquema institucional de represión, secuestro, tortura y desaparición. Esquema que se perpetuó hasta 1983 cuando finalmente retornó la democracia. La Junta Militar liderada por Videla, Massera y Agosti junto a la complicidad de las Fuerzas Armadas escribieron en la historia argentina un capítulo al cual todos y todas decimos Nunca Más. Así, el terrorismo de Estado, se encargó de sesgar las vidas de aquellos y aquellas que luchaban por un mundo justo y equitativo. De esta manera, a los 30.000 desaparecidos se les sumó una generación de argentinos y argentinas que aprendieron a vivir con miedo y otra que logró vivir con impunidad. Hoy por hoy los genocidas siguen siendo protegidos por las instituciones, especialmente por el poder judicial, aunque el gobierno K haya empezado nuevamente a abrir los expedientes. De a poco nos enteramos que los hijos de Ernestina Noble fueron apropiados por los amigos y amigas del régimen, como cientos de niñas y niños que hoy tienen mi edad y han crecido en las casas de los asesinos y asesinas de sus padres y madres.
Gracias, Mariana, por compartir estas vivencias y reflexiones con nosotros.
ResponderEliminarAmaris